miércoles, 30 de septiembre de 2009

Una cita al día 54

"Los clérigos no son católicos, sino por política y conveniencia: su Dios es el dinero"

Miguel Hidalgo y Costilla
(1753 - 1811) Clérigo y militar independentista mexicano.




René Ostos ;)

Macario - Juan Rulfo

Estoy sentado junto a la alcantarilla aguardando a que salgan las ranas. Anoche, mientras estábamos cenando, comenzaron a armar el gran alboroto y no pararon de cantar hasta que amaneció. Mi madrina también dice eso: que la gritería de las ranas le espantó el sueño. Y ahora ella bien quisiera dormir. Por eso me mandó a que me sentara aquí, junto a la alcantarilla, y me pusiera con una tabla en la mano para que cuanta rana saliera a pegar de brincos afuera, la apalcuachara a tablazos... Las ranas son verdes de todo a todo, menos en la panza. Los sapos son negros. También los ojos de mi madrina son negros. Las ranas son buenas para hacer de comer con ellas. Los sapos no se comen; pero yo me los he comido también, aunque no se coman, y saben igual que las ranas. Felipa es la que dice que es malo comer sapos. Felipa tiene los ojos verdes como los ojos de los gatos. Ella es la que me da de comer en la cocina cada vez que me toca comer. Ella no quiere que yo perjudique a las ranas. Pero, a todo esto, es mi madrina la que me manda a hacer las cosas... Yo quiero más a Felipa que a mi madrina. Pero es mi madrina la que saca el dinero de su bolsa para que Felipa compre todo lo de la comedera. Felipa sólo se está en la cocina arreglando la comida de los tres. No hace otra cosa desde que yo la conozco. Lo de lavar los trastes a mí me toca. Lo de acarrear leña para prender el fogón también a mí me toca. Luego es mi madrina la que nos reparte la comida. Después de comer ella, hace con sus manos dos montoncitos, uno para Felipa y otro para mí. Pero a veces Felipa no tiene ganas de comer y entonces son para mí los dos montoncitos. Por eso quiero yo a Felipa, porque yo siempre tengo hambre y no me lleno nunca, ni aun comiéndome la comida de ella. Aunque digan que uno se llena comiendo, yo sé bien que no me lleno por más que coma todo lo que me den. Y Felipa también sabe eso... Dicen en la calle que yo estoy loco porque jamás se me acaba el hambre. Mi madrina ha oído que eso dicen. Yo no lo he oído. Mi madrina no me deja salir solo a la calle. Cuando me saca a dar la vuelta es para llevarme a la iglesia a oír misa. Allí me acomoda cerquita de ella y me amarra las manos con las barbas de su rebozo. Yo no sé por qué me amarra mis manos; pero dice que porque dizque luego hago locuras. Un día inventaron que yo andaba ahorcando a alguien; que le apreté el pescuezo a una señora nada más por nomás. Yo no me acuerdo. Pero, a todo esto, es mi madrina la que dice lo que yo hago y ella nunca anda con mentiras. Cuando me llama a comer, es para darme mi parte de comida, y no como otra gente que me invitaba a comer con ellos y luego que me les acercaba me apedreaban hasta hacerme correr sin comida ni nada. No, mi madrina me trata bien. Por eso estoy contento en su casa. Además, aquí vive Felipa. Felipa es muy buena conmigo. Por eso la quiero... La leche de Felipa es dulce como las flores del obelisco. Yo he bebido leche de chiva y también de puerca recién parida; pero no, no es igual de buena que la leche de Felipa... Ahora ya hace mucho tiempo que no me da a chupar de los bultos esos que ella tiene donde tenemos solamente las costillas, y de donde le sale, sabiendo sacarla, una leche mejor que la que nos da mi madrina en el almuerzo de los domingos... Felipa antes iba todas las noches al cuarto donde yo duermo, y se arrimaba conmigo, acostándose encima de mí o echándose a un ladito. Luego se las ajuareaba para que yo pudiera chupar de aquella leche dulce y caliente que se dejaba venir en chorros por la lengua... Muchas veces he comido flores de obelisco para entretener el hambre. Y la leche de Felipa era de ese sabor, sólo que a mí me gustaba más, porque, al mismo tiempo que me pasaba los tragos, Felipa me hacia cosquillas por todas partes. Luego sucedía que casi siempre se quedaba dormida junto a mí, hasta la madrugada. Y eso me servía de mucho; porque yo no me apuraba del frío ni de ningún miedo a condenarme en el infierno si me moría yo solo allí, en alguna noche... A veces no le tengo tanto miedo al infierno. Pero a veces sí. Luego me gusta darme mis buenos sustos con eso de que me voy a ir al infierno cualquier día de éstos, por tener la cabeza tan dura y por gustarme dar de cabezazos contra lo primero que encuentro. Pero viene Felipa y me espanta mis miedos. Me hace cosquillas con sus manos como ella sabe hacerlo y me ataja el miedo ese que tengo de morirme. Y por un ratito hasta se me olvida... Felipa dice, cuando tiene ganas de estar conmigo, que ella le cuenta al Señor todos mis pecados. Que irá al cielo muy pronto y platicará con Él pidiéndole que me perdone toda la mucha maldad que me llena el cuerpo de arriba abajo. Ella le dirá que me perdone, para que yo no me preocupe más. Por eso se confiesa todos los días. No porque ella sea mala, sino porque yo estoy repleto por dentro de demonios, y tiene que sacarme esos chamucos del cuerpo confesándose por mí. Todos los días. Todas las tardes de todos los días. Por toda la vida ella me hará ese favor. Eso dice Felipa. Por eso yo la quiero tanto... Sin embargo, lo de tener la cabeza así de dura es la gran cosa. Uno da de topes contra los pilares del corredor horas enteras y la cabeza no se hace nada, aguanta sin quebrarse. Y uno da de topes contra el suelo; primero despacito, después más recio y aquello suena como un tambor. Igual que el tambor que anda con la chirimía, cuando viene la chirimía a la función del Señor. Y entonces uno está en la iglesia, amarrado a la madrina, oyendo afuera el tum tum del tambor... Y mi madrina dice que si en mi cuarto hay chinches y cucarachas y alacranes es porque me voy a ir a arder en el infierno si sigo con mis mañas de pegarle al suelo con mi cabeza. Pero lo que yo quiero es oír el tambor. Eso es lo que ella debería saber. Oírlo, como cuando uno está en la iglesia, esperando salir pronto a la calle para ver cómo es que aquel tambor se oye de tan lejos, hasta lo hondo de la iglesia y por encima de las condenaciones del señor cura...: "El camino de las cosas buenas está lleno de luz. El camino de las cosas malas es oscuro." Eso dice el señor cura... Yo me levanto y salgo de mi cuarto cuando todavía está a oscuras. Barro la calle y me meto otra vez en mi cuarto antes que me agarre la luz del día. En la calle suceden cosas. Sobra quién lo descalabre a pedradas apenas lo ven a uno. Llueven piedras grandes y filosas por todas partes. Y luego hay que remendar la camisa y esperar muchos días a que se remienden las rajaduras de la cara o de las rodillas. Y aguantar otra vez que le amarren a uno las manos, porque si no ellas corren a arrancar la costra del remiendo y vuelve a salir el chorro de sangre. Ora que la sangre también tiene buen sabor aunque, eso sí, no se parece al sabor de la leche de Felipa... Yo por eso, para que no me apedreen, me vivo siempre metido en mi casa. En seguida que me dan de comer me encierro en mi cuarto y atranco bien la puerta para que no den conmigo los pecados mirando que aquello está a oscuras. Y ni siquiera prendo el ocote para ver por dónde se me andan subiendo las cucarachas. Ahora me estoy quietecito. Me acuesto sobre mis costales, y en cuanto siento alguna cucaracha caminar con sus patas rasposas por mi pescuezo le doy un manotazo y la aplasto. Pero no prendo el ocote. No vaya a suceder que me encuentren desprevenido los pecados por andar con el ocote prendido buscando todas las cucarachas que se meten por debajo de mi cobija... Las cucarachas truenan como saltapericos cuando uno las destripa. Los grillos no sé si truenen. A los grillos nunca los mato. Felipa dice que los grillos hacen ruido siempre, sin pararse ni a respirar, para que no se oigan los gritos de las animas que están penando en el purgatorio. El día en que se acaben los grillos, el mundo se llenará de los gritos de las ánimas santas y todos echaremos a correr espantados por el susto. Además, a mí me gusta mucho estarme con la oreja parada oyendo el ruido de los grillos. En mi cuarto hay muchos. Tal vez haya más grillos que cucarachas aquí entre las arrugas de los costales donde yo me acuesto. También hay alacranes. Cada rato se dejan caer del techo y uno tiene que esperar sin resollar a que ellos hagan su recorrido por encima de uno hasta llegar al suelo. Porque si algún brazo se mueve o empiezan a temblarle a uno los huesos, se siente en seguida el ardor del piquete. Eso duele. A Felipa le picó una vez uno en una nalga. Se puso a llorar y a gritarle con gritos queditos a la Virgen Santísima para que no se le echara a perder su nalga. Yo le unté saliva. Toda la noche me la pasé untándole saliva y rezando con ella, y hubo un rato, cuando vi que no se aliviaba con mi remedio, en que yo también le ayudé a llorar con mis ojos todo lo que pude... De cualquier modo, yo estoy más a gusto en mi cuarto que si anduviera en la calle, llamando la atención de los amantes de aporrear gente. Aquí nadie me hace nada. Mi madrina no me regaña porque me vea comiéndome las flores de su obelisco, o sus arrayanes, o sus granadas. Ella sabe lo entrado en ganas de comer que estoy siempre. Ella sabe que no se me acaba el hambre. Que no me ajusta ninguna comida para llenar mis tripas aunque ande a cada rato pellizcando aquí y allá cosas de comer. Ella sabe que me como el garbanzo remojado que le doy a los puercos gordos y el maíz seco que le doy a los puercos flacos. Así que ella ya sabe con cuánta hambre ando desde que me amanece hasta que me anochece. Y mientras encuentre de comer aquí en esta casa, aquí me estaré. Porque yo creo que el día en que deje de comer me voy a morir, y entonces me iré con toda seguridad derechito al infierno. Y de allí ya no me sacará nadie, ni Felipa, aunque sea tan buena conmigo, ni el escapulario que me regaló mi madrina y que traigo enredado en el pescuezo... Ahora estoy junto a la alcantarilla esperando a que salgan las ranas. Y no ha salido ninguna en todo este rato que llevo platicando. Si tardan más en salir, puede suceder que me duerma, y luego ya no habrá modo de matarlas, y a mi madrina no le llegará por ningún lado el sueño si las oye cantar, y se llenará de coraje. Y entonces le pedirá, a alguno de toda la hilera de santos que tiene en su cuarto, que mande a los diablos por mí, para que me lleven a rastras a la condenación eterna, derechito, sin pasar ni siquiera por el purgatorio, y yo no podré ver entonces ni a mi papá ni a mi mamá que es allí donde están... Mejor seguiré platicando... De lo que más ganas tengo es de volver a probar algunos tragos de la leche de Felipa, aquella leche buena y dulce como la miel que le sale por debajo a las flores del obelisco...

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René Ostos ;)

El vuelo del abejorro

Los dedos de Maksim Mrvica parecen volar sobre el "claroscuro" con el aleteo de un abejorro... ¡Increíble!


René Ostos ;)

EL PINTO Notas biográficas de un perro - Ángel del Campo

Chilindrina era una perrita poblana, gordita, muy lavada, muy blanca, con su listón azul al cuello, siempre dormitando en las faldas de doña Felicia, su ama, que era dueña de un estanquillo y había concentrado en ella todo su amor de vieja solterona. Cuidaba del buen nombre del animal como las madres cuidan de la inocencia de sus hijos, y casi murió de dolor cuando supo la terrible noticia: Chilindrina, la doncella sin mancha, había tenido amores con el Capitán, escuintle horroroso de un zapatero vecino: frutos de estos amores fueron la Diana, el Turco y el Pinto, de quien voy a ocuparme.

Era un perro de pueblo, enteramente flaco, de orejas derechas y agudas, ojo vivaz, hocico puntiagudo, grandes pelos lacios y cerdosos, patas delgadas y cola pendiente; era de esa clase de perros de raza indígena que tienen una semejanza con los lobos, de un color amarillo sucio manchado de negro, lo que le valía su nombre de Pinto. Su historia puede encerrarse en estos capítulos: el hogar, el cuartel, la calle, la vagancia.

Muy pocos días duró bajo el brasero en el cajón de vino, lleno de trapos manchados de petróleo que le sirvió de cuna. Aún no abría bien los ojos, que tenían esa opacidad azulosa de los recién nacidos, aún su paso era débil, cuando lo regalaron a la primera que lo pidió, y fue doña Petra, portera del 6 de Mesones, señora fea que, no teniendo quien la amara, amaba a los animales. Un gato se le había desertado, y para mitigar la ausencia iba a sustituirlo con un consentido más fiel: el Pinto. Con calma maternal daba las migas de pan en leche al tierno niño, lo acostaba en un rincón envuelto en trozos de alfombra, lo arrullaba en el regazo y en horas de quehacer lo exponía al sol tibio de la mañana; ahí reposaba el Pinto cazando moscas al vuelo, dando paseos cortos, oliendo las juntas del embaldosado y acostándose de nuevo, previas las vueltas de ordenanza.

Creció, y comía entonces las sobras que daba a su ama una familia de la vivienda principal. Su vida era sedentaria; se reducía a vegetar y no salía del zaguán de la casa, porque sentía un temor invencible por los transeúntes, los coches y los perros más grandes que él. Cuando el ama salía, lo dejaba encerrado, y más de una vez se oyeron tras la puerta aullidos lastimeros a los que respondían frases coléricas de los vecinos nerviosos.

Vivían arriba dos niños que al irse al colegio le arrojaban un pedazo de pan y al volver le hacían un cariño, diciéndole con voz muy dulce: “Pintito, toma”, y tronándole los dedos lo llamaban en dirección a la escalera. Él los hubiera seguido, pero le inspiraba serios temores aquella ascensión peligrosa y, sobre todo, la opinión de su ama. Un día se decidió a subir, los Angulo lo colmaron de cariños, lo hicieron corretear por el corredor, enseñándole y escondiéndole un pañuelo que desgarraba a mordiscos, y los hacía exclamar con infinito placer: “¡Sabe jugar al toro!” Ya era amigos: ya el pobre Pinto seguía a la criada hasta el colegio, y con disimulo señalaba su huella en todas las esquinas para reconocer el camino. Aparecían los Angulito, y corría con esa vivacidad infantil propia de una gran emoción.

Todo lo sufría el buen amigo; que lo ensillaran, lo vistieran de muñeco, lo hicieran tirar de un carrito de palo lleno de ladrillos, lo forzaran a saltar por el mango de una escoba, o hacer de toro y hasta de verdugo, cuando alguna rata infeliz salía de un agujero por sus negras desdichas. Sin embargo, ¡qué de temores en aquellas visitas! ¡Qué odio debía tenerle aquella señora descolorida que lo veía con ojos tan malos y lo hacía despejar el corredor!

Una ocasión los niños no lo llamaron como otras veces y él subió. La criada lo esperaba tras de la puerta y lo llamaba ¡cosa rara! con voz dulce. Acudió y entonces lo suspendió por el aire tomándolo por el pescuezo; lo llevó a un rincón del corredor, le restregó el hocico contra un ladrillo sucio y le pegó de escobazos. En vano aulló, en vano decía con los ojos “¡yo no he sido!”; la fuerte mocetona le pegó duro, y los niños lo veían con inmensa compasión tras de los vidrios.

¡Pobre Pinto! Su ama lo abandonó. Días enteros se pasó en las calles oliendo todos los rincones y en busca de ella. Aulló a la puerta de la antigua portería hasta que una vecina se compadeció de él; era una mujer de cascos ligeros que tenía amores con un albañil. Hacían tres viajes diarios hasta la Alameda para que comiera en una banca el señor aquel lleno de cal. Gravemente sentado, esperaba que le echaran su piltrafa de carne: como perro bien educado, ni parpadeaba.

Después, el amor de su nueva ama pasó a un soldado y supo lo que era la vida de cuartel. Comió el vil rancho, tuvo amistad con gentes malignas; pero sucedió lo que tenía que tenía que suceder: el regimiento salió y de nuevo lo abandonaron.

¿Qué comer? Si se detenía en la puerta de una fonda, le aventaban unas tenazas; si iba a una carnicería lo pateaban; si encontraba un hueso, se lo arrancaba otro can famélico más fuerte que él. En aquellos días se apiadó de él un viejo de barba blanca y sucia, pantalones rotos y zapatos llenos de agujeros: era un mendigo que se fingía el ciego.

Todo el día se pasaba a la puerta de las iglesias donde había función o jubileo. El amo, apoyado en el grasiento bastón en forma de báculo y él, amarrado del cuello con un mecate lleno de punzantes hilos. Comió las tortillas heladas y los mendrugos de pan frío de la miseria; sufrió los palos de más de un sacristán, y tenía también, en aquella época, un aire de mendicidad, la cabeza gacha, los ojos tristes, el rabo entre las piernas, y hecho un esqueleto...

Estaba predestinado para el martirio. Su amo, el falso ciego, robó una vez y lo condujeron a la inspección. ¡Terrible noche al aire libre! La pasó en la puerta de la comisaría y nunca olvidó la escena del día siguiente: el rostro demacrado del amo, que acompañado por muchos pillos, con un jarrito colgado a la espalda, entre dos hileras de gendarmes fue conducido hasta Belén. Quiso entrar, pero no tuvo ni una mirada de despedida de su amo, y sí un culatazo de un centinela.

¿Qué hacer? Caminar al acaso. Anduvo calles y más calles, fatigado, sudoroso, sediento, y lo recibían en los barrios con ladridos de amenaza.

El hambre lo postraba; ni una fonda, ni una carnicería, ¡nada! El aislamiento, el verano de calores quemantes, la repulsión en todas partes; buscaba la sombra en el hueco de un zaguán, y crueles porteros lo espantaban; seguía a alguien, y aquel alguien, al entrar a su casa, dando una patada en el suelo, le cerraba las puertas en los hocicos. ¡Pobre Pinto! Dos veces intentó olvidar con el amor su desdicha, pero las dos fue desgraciado. Ya casi había conquistado a una desconocida, cuando un señor alto, moralista tal vez, lo espantó pegándole un bastonazo; lo iba a machucar un tren, y perdió a la dama. Su segunda tentativa fue tan desgraciada como la primera: un Terranova, abusando de la fuerza, le arrebató a la que tanto había soñado. ¡Pobre Pinto!

Llegaron aquellas noches interminables de vagancia, aquel husmear continuo en todos los rincones, a la puerta de las accesorias, esperando que arrojaran al caño el agua sucia de la cena, para pescar un hueso y huir con él donde nadie se lo disputara; rebuscar en los montones de basura; seguir a los ebrios para... ¡Qué fúnebres rondas hacía con otros compañeros de desgracia! Se olfateaban los unos a los otros para saludarse, se mordían, ladraban, y un vecino les arrojaba agua desde un balcón; dormían hechos rosca en el umbral de una puerta.

Eran noches de pesadillas terribles. Pinto soñaba estar en una azotea con la cazuela de sobras repleta, subía la Diana, le hablaba de amores, junto al tinaco le decía: “eres mi vida”, y ¡paf! Un señor que entraba a deshoras a su casa, lo despertaba con un puntapié. Aquello no era vida, los carretones de basura no traían ni un solo hueso que roer, y cuando lo había, la fuerza bruta se lo arrancaba de los dientes.

Evocaba aquel pasado siempre adverso: ¿para qué había nacido? ¡Sin creencias, sin paraíso, sin palabras siquiera para pedir un mendrugo! Y cazaba moscas al vuelo o saciaba su sed en los charcos.

Una mañana lo llamó un señor y le arrojó un pedazo de carne. ¡Al fin! Sí, sí; había indudablemente un espíritu protector de los hambrientos; sintió una embriaguez de placer al aspirar el aroma tibio de aquella pulpa, y ¡era fresca! y la comió con glotonería. Un fuego devorador circulaba por sus venas, parecía que desgarraba sus entrañas, sus miembros se estremecían en dolorosas convulsiones; tambaleaba como un ebrio y, por fin, se desplomó. ¡Lo habían envenenado!

¡Qué cuadro! Yacía en el lodazal. Todo fue crueldad en aquellos momentos. Un carro al pasar le trituró una pata; había un círculo de curiosas, criadas que volvían de la compra; mandaderos con la canasta en la mano y que se entretenían en picarlo para provocarle largos estremecimientos convulsivos. La cabeza caída, los ojos inyectados fuera de las órbitas; los blancos colmillos descubiertos, la lengua de fuera, el hocico abierto y babeante; la respiración de un sofocado, y las patas agitándose en nervioso desorden. ¡Y aún en su agonía lo azuzaban y se reían de sus contracciones de epiléptico! Ni una queja, ni un ladrido... Los niños Angulo pasaron y se detuvieron, sus ojos infantiles lo vieron con gran tristeza, y los oyó murmurar:

–¡Pobrecito! y se parece al Pinto.

Era el Pinto: ¡qué flaco estaría para ser inconocible! Después de un último sacudimiento quedó inmóvil.

El carro de la limpia fue su ataúd y el muladar su cementerio. Ahí, sobre montones de ceniza, cascarones de huevo, zapatos rotos, harapos y momias de gato, fue arrojado junto a un casco de botella; quizá lo hubieran devorado los mismos que lo acompañaron hasta su última morada, si no hubiera habido otro entierro, el de un caballo que llegó en un carretón con una bandera blanca y escoltado por canes hambrientos que hicieron de sus despojos una atroz carnicería.

Lamiéndose los bigotes dijo uno de los comensales: “He aquí al Pinto, ciudadano honrado, de origen noble, fiel, trabajador, digno de un cojín de viuda o de una azotea de ranchería, convertido en cadáver y ¡envenenado!... Pero ¡esta es la vida!” Y se alejó al trote por el potrero, donde ya las sombras se extendían; el crepúsculo daba un fulgor sangriento a aquel cuadro y perfilaba en el horizonte las siluetas macabras de esas limosneras que remueven las basuras para encontrar hilachas.

La sombra tendió sus alas de búho en aquel cementerio de cosas viejas y animales muertos. Cementerio sin epitafios.

¡Cuántos en la plebe son como el Pinto!

¡Cuántos desdichados hay que, con forma humana, no son sino perros que hablan y que visten pantalones!

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Deyanira Uriostegui

martes, 29 de septiembre de 2009

Una cita al día 53

"Nada va bien en un sistema político en el que las palabras contradicen los hechos."

Napoleón Bonaparte (1769 – 1821) Militar y gobernante francés



Deyanira Uriostegui

Música gratis

En ocasiones escuchamos una canción que nos gusta y queremos tenerla para poder escucharla cuando y cuanto nos venga en gana ¿Que hacemos? Muchos compran el disco y otros más la descargan con algún programa P2P. La desventanja de estos "metodos" es que en el primero muchas veces se adquieren canciones que no nos gustan o que ya tenemos, y el segundo no siempre es factible, ya que si trabajas en alguna empresa o institución, el sistema no te dejará instalar el programa.

Hay una página* que bien puede ayudarnos en estos casos, ya que en ella podemos descargar una infinidad de canciones de diversos grupos y géneros, además de poder escucharlas en línea e incluso ver algunos videos del artista en cuestión, y lo mejor de todo es que ¡es gratis!. Me refiero a Dilandau.

Dense una vueltecita por el sitio, descarguen unas rolitas y luego regresen a comentar =D

*Supongo que habrá muchas por el estilo.

René Ostos ;)

Una cita al día 52

"Confieso que enterrar a algunas personas constituye un gran placer"

Antón Chéjov (1860 - 1904) Médico, escritor y dramaturgo ruso.





René Ostos ;)

lunes, 28 de septiembre de 2009

Una cita al día 51

"A veces creo que hay vida en otros planetas, y a veces creo que no. En cualquiera de los dos casos la conclusión es asombrosa."

Carl Sagan (1934-1996). Astrónomo estadounidense




Deyanira Uriostegui

domingo, 27 de septiembre de 2009

Hágalo usted mismo

¿Cansado de pagar por que otras personas hagan cosas que tu mismo podrías hacer... si supieras como se hacen? El Sótano de las Quimeras recomienda para esos menesteres, Brico Page, un sitio en el que podremos encontrar muchísimos tutoriales y trucos prácticos para reparar muebles, calzado, paredes, ventanas, jardines, electrónica, etc, etc.

Por ejemplo:

"Cómo afilar tijeras sin afilador

Si sus tijeras no cortan como debieran y no dispone de afilador en ese momento, puede aplicar este estupendo truco para que corten como el primer día:

Frote los bordes cortantes por la boca de una botella durante unos minutos. Quedará sorprendido del resultado."

Si te interesa está página da clic aquí.

Ojo: Siga con cuidado las instrucciones sino quiere tener estos resultados.

René Ostos ;)

Holy War

Aprovecho este espacio para recomendar a nuestros lectores un juego de rol online, llamado Holy War, el cual los blogueros de El Sótano de las Quimeras jugamos desde hace casi dos años. Es un juego de destreza basado en la era de las Guerras Santas, es gratuito (pero con beneficios Premium) y bastante entretenido, quizá hasta adictivo una vez que le entiendes. El juego es alemán, pero se encuentra disponible en diez idiomas diferentes, con ocho mundos en la versión en español.

Espero se den una vuelta por la página, y si les atrae no duden en formar parte del ejército sarraceno, cualquier pregunta recuerden que aquí se puede responder =)

Ingresa al juego dando clicl aquí.
Deyanira Uriostegui

Una cita al día 50

"La risa es la distancia más corta entre dos personas"

Victor Borg
e (1909 - 2000) Pianista y comediante Danés.






René Ostos ;)

sábado, 26 de septiembre de 2009

yapanis englis lechons =P

Y yo que creí que Sammy era único, me equivoqué, en Japón también tienen el suyo. Por cierto, no se rían, es peligroso.



René Ostos ;)

Una cita al día 49

"Cualquier poder que no se basa en la unión, es débil".

Jean de Lafontaine (1621-1695) poeta francés






Deyanira Uriostegui

viernes, 25 de septiembre de 2009

Una cita al día 48

"Especialista es el que sabe todo acerca de algo y nada acerca de todo lo demás"

Ambrose Bierce (1842 - ¿1914?) Escritor, periodista y editorialista estadounidense.




René Ostos ;)

jueves, 24 de septiembre de 2009

Carta a Francia - Fernando Delgadillo

Una de las mejores rolas del maestro Delgadillo. Disfrútenla =P



Deyanira Uriostegui

Monos de Patricio 3




Más monos de Patricio aquí.

René Ostos ;)

Una cita al día 47

"El revolucionario verdadero está guiado por grandes sentimientos de amor".

Ernesto 'Che' Guevara (1928-1967)
político, guerrillero, médico y escritor argentino-cubano.




Deyanira Uriostegui

miércoles, 23 de septiembre de 2009

La mamá de Tarzán - Francisco Barrios "El Mastuerzo"

Una bella canción dedicada, según palabras del propio autor, a Etilio Gonzalez Madres, Gobernador de Jalisco; y a Felipe "el gris", gerente de México. Que la disfruten



René Ostos ;)

Una cita al día 46

"Prefiero morir de pie que vivir siempre arrodillado."

Emiliano Zapata (1879-1919) Revolucionario mexicano.






René Ostos ;)

martes, 22 de septiembre de 2009

Una cita al día 45

"Ciencia y humanismo han de ser un brazo y no un muro
que separa razón y sentimiento".

Pablo Serrano (1908-1985). Escultor español




Deyanira Uriostegui

Las aceitunas- Lope de Rueda

Toruvio.- ¡Válgame Dios! ¡Qué tempestad ha hecho desde el monte acá, que no parecía sino que el cielo se quería hundir y las nubes venir abajo! Y ahora, ¿qué nos tendrá preparado de comer la señora de mi mujer? ¡Así mala rabia la mate! ¡Mochacha! ¡Mencigüela! ¡Águeda de Toruégano! ¡Ea! ¡Todo el mundo durmiendo! ¿Habráse visto?

Mencigüela.- ¡Jesús, padre! ¡Que nos vais a echar la puerta abajo!

Toruvio.- ¡Mirá qué pico, mirá qué pico! ¿Y dónde está vuestra madre, señora?

Mencigüela.- Allá en casa de la vecina, que le ha ido a ayudar a poner unas cuerdas para tender la ropa.

Toruvio.- ¡Malas cuerdas os aten a ella y a vos! Andad y llamadla.

Águeda.- Ya, ya está aquí el de los misterios, que viene de hacer una negra carguilla de leña.

Toruvio.- Sí; ¿carguilla de leña le parece a la señora? Juro al cielo que éramos yo y vuestro ahijado a cargarla y no podíamos.

Águeda.- Ya; enhoramala sea, marido. ¡Y qué mojado que venís!

Toruvio.- Vengo hecho una sopa de agua. Mujer, por vida vuestra, que me deis algo de cenar.

Águeda.- ¿Y qué diablo os voy a dar si no tengo nada?

Mencigüela.- ¡Jesús, padre, y qué mojada que venía aquella leña!

Toruvio.- Sí, hija, y después dirá tu madre que el agua que traigo encima es el rocío del alba.

Águeda.- Corre, mochacha, aderézale un par de huevos para que cene tu padre, y hazle luego la cama. Estoy segura, marido, que nunca os acordáis de plantar aquel renuevo de olivo que os rogué que plantaseis.

Toruvio.- ¿Pues en qué creéis que me he entretenido tanto, si no?

Águeda.- ¡No me digáis, marido! ¿Y dónde lo habéis plantado?

Toruvio.- Allí junto a la higuera breval, adonde, si os acordáis, os di un beso.

Mencigüela.- Padre, bien puede entrar a cenar, que ya tiene todo aderezado.

Águeda.- Marido, ¿no sabéis qué he pensado? Que aquel renuevo de olivo que habéis plantado hoy, de aquí a seis o siete años llevará cuatro o cinco fanegas de aceitunas y que poniendo olivos acá y allá, de aquí a veinticinco o treinta años tendréis un olivar hecho y derecho.

Toruvio.- Eso es la verdad, mujer, que no puede dejar de ser lindo.

Águeda.- Mira, marido, ¿sabéis qué he pensado? Que yo cogeré las aceitunas, y vos las acarrearéis con el asnillo, y Mencigüela las venderá en la plaza. Mira, mochacha, que te mando que no me des el celemín a menos de a dos reales castellanos.

Toruvio.- ¿Cómo a dos reales castellanos? ¿No veis que es un cargo de conciencia pedir tan caro? Que basta pedir a catorce o quince dineros por celemín.

Águeda.- Callad, marido, que es el olivar mejor de toda la provincia.

Toruvio.- Pues a pesar de eso, basta pedir lo que tengo dicho.

Águeda.- Ya está bien, no me quebréis la cabeza. Mira, mochacha, que te mando que no des el celemín a menos de dos reales castellanos.

Toruvio.- ¿Cómo a dos reales castellanos? ven acá, mochacha, ¿a cómo has de pedir?

Mencigüela.- A como quisiéredes, padre.

Toruvio.- A catorce o quince dineros.

Mencigüela.- Así lo haré, padre.

Águeda.- ¡Cómo así lo haré padre! Ven aquí, mochacha, ¿a cómo has de pedir?

Mencigüela.- A como mandáredes, madre.

Águeda.- A dos reales castellanos.

Toruvio.- ¿Cómo a dos reales castellanos? Yo os prometo que si no hacéis lo que yo os mando, que os tengo de dar más de doscientos correazos. ¿A cómo has de pedir?

Mencigüela.- A como decís, padre.

Toruvio.- A catorce o quince dineros.

Mencigüela.- Así lo haré, padre.

Águeda.- ¡Cómo asó lo haré, padre!­ ¡Toma, toma! hacé lo que yo os mando..

Toruvio.- Dejad la mochacha.

Mencigüela.- ¡Ay, madre; ay, padre, que me mata!

Aloxa.- ¿Qué es esto, vecinos? ¿Por qué maltratáis así a la muchacha?

Águeda.- ¡Ay, señor! Este mal hombre que me quiere vender las cosas a menos precio y quiere echar a perder mi casa: ¡unas aceitunas que son como nueces!

Toruvio.- Yo juro por los huesos de mi linaje que no son aún ni como piñones.

Águeda.- Sí son.

Toruvio.- No son.

Aloxa.- Ahora, señora vecina, hacedme el favor de entraros allá dentro, que yo lo averiguaré todo.

Señor vecino, ¿dónde están las aceitunas? sacadlas acá fuera, que yo las compraré aunque sean veinte fanegas.

Toruvio.- Que no, señor. Que no es de esa manera que vuesa merced piensa, que no están las aceitunas aquí en casa sino en la heredad.

Aloxa.- Pues traedlas aquí, que yo las compraré todas al precio que justo fuere.

Mencigüela.- A dos reales el celemín, quiere mi madre que se vendan.

Aloxa.- Cara cosa es esa.

Toruvio.- ¿No le parece a vuesa merced?

Mencigüela.- Y mi padre a quince dineros.

Aloxa.- Tenga yo una muestra de ellas.

Toruvio.- ¡Válgame Dios, señor! Vuesa merced no me quiere entender. Hoy, yo he plantado un renuevo de olivo, y dice mi mujer que de aquí a seis o siete años llevará cuatro o cinco fanegas de aceitunas, y que ella las cogerá, y que yo las acarrease y la mochacha las vendiese, y que a la fuerza había de pedir a dos reales por cada celemín. Yo que no y ella que sí, y sobre esto ha sido toda la cuestión.

Aloxa.- ¡Oh, qué graciosa cuestión; nunca tal se ha visto! Las aceitunas aún no están plantadas y ¿ha llevado ya la mochacha trabajo sobre ellas?

Mencigüela.- ¿Que le paresce, señor?

Toruvio.- No llores, rapaza. La mochacha, señor, es como un oro. Ahora andad, hija, y ponedme la mesa, que yo os prometo haceros una saya con las primeras aceitunas que se vendieran.

Aloxa.- Andad, vecino, entraos allá dentro y tened paz con vuestra mujer.

Toruvio.- Adiós, señor.

Aloxa.- ¡Qué cosas vemos en esta vida que ponen espanto! Las aceitunas no están plantadas y ya las habemos visto reñidas. Razón será que dé fin a mi embajada.

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Deyanira Uriostegui

lunes, 21 de septiembre de 2009

Media Convert

Hace un par de días estaba desesperado buscando un programa para cambiar de formato una grabación que hice con mi celular. El archivo en cuestión estaba en formato .amr, pero yo lo necesitaba como mp3. Después de buscar un rato me encontré con Media Convert, una página que te permite cambiar de formato tus archivos de audio y video, totalmente gratis y sin necesidad de instalar ningún software de dudosa procedencia. ¡Genial!

Pueden acceder a esta chulada dando clic aquí.

René Ostos ;)

domingo, 20 de septiembre de 2009

Una cita al día 44

"No tengo miedo a la muerte. Lo que me encabrona es no poder vivir más."

Darío Fo (1926 - ?) Escritor italiano. Premio Nobel de literatura 1997






René Ostos ;)

Humor gráfico











Deyanira Uriostegui

sábado, 19 de septiembre de 2009

Una cita al día 43

"Así como el hierro se oxida por falta de uso, así también la inactividad destruye el intelecto".

Leonardo Da Vinci (1452-1519). Arquitecto, escultor, pintor, inventor, músico, e ingeniero italiano.




Deyanira Uriostegui

Una cita al día 42

"Puedes llegar a cualquier parte, siempre que andes lo suficiente."

Lewis Carroll (1832-1898) Matemático y escritor británico.






René Ostos ;)

viernes, 18 de septiembre de 2009

Una cita al día 41

"El mal genio es lo que nos mete en líos. El orgullo es lo que nos mantiene en ellos".

Neil Simon (1927-?) Escritor, productor y guionista estadounidense.





Deyanira Uriostegui

Monos de Patricio 2



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René Ostos ;)

Carta a un zapatero que compuso mal unos zapatos - Juan José Arreola

Estimable señor:

Como he pagado a usted tranquilamente el dinero que me cobró por reparar mis zapatos, le va a extrañar sin duda la carta que me veo precisado a dirigirle.

En un principio no me di cuenta del desastre ocurrido. Recibí mis zapatos muy contento, augurándoles una larga vida, satisfecho por la economía que acababa de realizar: por unos cuantos pesos, un nuevo par de calzado. (Éstas fueron precisamente sus palabras y puedo repetirlas.)

Pero mi entusiasmo se acabó muy pronto. Llegado a casa examiné detenidamente mis zapatos. Los encontré un poco deformes, un tanto duros y resecos. No quise conceder mayor importancia a esta metamorfosis. Soy razonable. Unos zapatos remontados tienen algo de extraño, ofrecen una nueva fisonomía, casi siempre deprimente.

Aquí es preciso recordar que mis zapatos no se hallaban completamente arruinados. Usted mismo les dedicó frases elogiosas por la calidad de sus materiales y por su perfecta hechura. Hasta puso muy alto su marca de fábrica. Me prometió, en suma, un calzado flamante.

Pues bien: no pude esperar hasta el día siguiente y me descalcé para comprobar sus promesas. Y aquí estoy, con los pies doloridos, dirigiendo a usted una carta, en lugar de transferirle las palabras violentas que suscitaron mis esfuerzos infructuosos.

Mis pies no pudieron entrar en los zapatos. Como los de todas las personas, mis pies están hechos de una materia blanda y sensible. Me encontré ante unos zapatos de hierro. No sé cómo ni con qué artes se las arregló usted para dejar mis zapatos inservibles. Allí están, en un rincón, guiñándome burlonamente con sus puntas torcidas.

Cuando todos mis esfuerzos fallaron, me puse a considerar cuidadosamente el trabajo que usted había realizado. Debo advertir a usted que carezco de toda instrucción en materia de calzado. Lo único que sé es que hay zapatos que me han hecho sufrir, y otros, en cambio, que recuerdo con ternura: así de suaves y flexibles eran.

Los que le di a componer eran unos zapatos admirables que me habían servido fielmente durante muchos meses. Mis pies se hallaban en ellos como pez en el agua. Más que zapatos, parecían ser parte de mi propio cuerpo, una especie de envoltura protectora que daba a mi paso firmeza y seguridad. Su piel era en realidad una piel mía, saludable y resistente. Sólo que daban ya muestras de fatiga. Las suelas sobre todo: unos amplios y profundos adelgazamientos me hicieron ver que los zapatos se iban haciendo extraños a mi persona, que se acababan. Cuando se los llevé a usted, iban ya a dejar ver los calcetines.

También habría que decir algo acerca de los tacones: piso defectuosamente, y los tacones mostraban huellas demasiado claras de este antiguo vicio que no he podido corregir.

Quise, con espíritu ambicioso, prolongar la vida de mis zapatos. Esta ambición no me parece censurable: al contrario, es señal de modestia y entraña una cierta humildad. En vez de tirar mis zapatos, estuve dispuesto a usarlos durante una segunda época, menos brillante y lujosa que la primera. Además, esta costumbre que tenemos las personas modestas de renovar el calzado es, si no me equivoco, el modus vivendi de las personas como usted.

Debo decir que del examen que practiqué a su trabajo de reparación he sacado muy feas conclusiones. Por ejemplo, la de que usted no ama su oficio. Si usted, dejando aparte todo resentimiento, viene a mi casa y se pone a contemplar mis zapatos, ha de darme toda la razón. Mire usted qué costuras: ni un ciego podía haberlas hecho tan mal. La piel está cortada con inexplicable descuido: los bordes de las suelas son irregulares y ofrecen peligrosas aristas. Con toda seguridad, usted carece de hormas en su taller, pues mis zapatos ofrecen un aspecto indefinible. Recuerde usted, gastados y todo, conservaban ciertas líneas estéticas. Y ahora...

Pero introduzca usted su mano dentro de ellos. Palpará usted una caverna siniestra. El pie tendrá que transformarse en reptil para entrar. Y de pronto un tope; algo así como un quicio de cemento poco antes de llegar a la punta. ¿Es posible? Mis pies, señor zapatero, tienen forma de pies, son como los suyos, si es que acaso usted tiene extremidades humanas.

Pero basta ya. Le decía que usted no le tiene amor a su oficio y es cierto. Es también muy triste para usted y peligroso para sus clientes, que por cierto no tienen dinero para derrochar.

A propósito: no hablo movido por el interés. Soy pobre pero no soy mezquino. Esta carta no intenta abonarse la cantidad que yo le pagué por su obra de destrucción. Nada de eso. Le escribo sencillamente para exhortarle a amar su propio trabajo. Le cuento la tragedia de mis zapatos para infundirle respeto por ese oficio que la vida ha puesto en sus manos; por ese oficio que usted aprendió con alegría en un día de juventud... Perdón; usted es todavía joven. Cuando menos, tiene tiempo para volver a comenzar, si es que ya olvidó cómo se repara un par de calzado.

Nos hacen falta buenos artesanos, que vuelvan a ser los de antes, que no trabajen solamente para obtener el dinero de los clientes, sino para poner en práctica las sagradas leyes del trabajo. Esas leyes que han quedado irremisiblemente burladas en mis zapatos.

Quisiera hablarle del artesano de mi pueblo, que remendó con dedicación y esmero mis zapatos infantiles. Pero esta carta no debe catequizar a usted con ejemplos.

Sólo quiero decirle una cosa: si usted, en vez de irritarse, siente que algo nace en su corazón y llega como un reproche hasta sus manos, venga a mi casa y recoja mis zapatos, intente en ellos una segunda operación, y todas las cosas quedarán en su sitio.

Yo le prometo que si mis pies logran entrar en los zapatos, le escribiré una hermosa carta de gratitud, presentándolo en ella como hombre cumplido y modelo de artesanos.

Soy sinceramente su servidor.
Deyanira Uriostegui

martes, 15 de septiembre de 2009

Cerrado por vacaciones

Así es, durante 2 días dejará de haber entradas en este blog, debido a que los bloggers de El Sótano de las Quimeras nos iremos de viaje. Disculpen las molestias, el jueves reanudaremos la publicación.

Atte. Deyanira Uriostegui y René Ostos

Una cita al día 40

"Una casa sin libros es una casa sin dignidad."

Edmundo de Amicis (1846-1908) Escritor italiano.






René Ostos ;)

domingo, 13 de septiembre de 2009

Una cita al día 39

"En la mayoría de los países no interesa educar al pueblo, porque cuando aprende a leer se interesa por los problemas y pide cuentas; los analfabetos no dicen nada".

Plácido Domingo (1942-?) tenor hispanomexicano


Deyanira Uriostegui

Más chindogus

-Señora, ya no se preocupe por desnucarse si se queda jetona en el metro.

-Desde Japón llega lo más chic de lo chic... la corbata-paraguas o paraguas-corbata... ¿parabata?


-Aprovechemos los tiempos de lluvia con este útil y práctico artilugio.

- ¡Hágalo usted mismo!


-¡Como si mamá estuviera ahí!


René Ostos ;)

Monos de Patricio 1


Cortesía de: monosdepatricio.blogspot.com

René Ostos ;)

Una cita al día 38

"Enfrentarse, siempre enfrentarse, es el modo de resolver el problema. ¡Enfrentarse a él!"

Joseph Conrad (1857 - 1924) Escritor inglés.





René Ostos ;)

Crimen Sollicitationis

Polémico y "revelador" video de la talentosa banda española, Ska-p.



Creo que después de esto puedo considerarme excomulgado, pero ¿qué se le va a hacer?.

René Ostos ;)

sábado, 12 de septiembre de 2009

viernes, 11 de septiembre de 2009

Una cita al día 37

"Ten el valor de equivocarte"

Georg Wilhelm Friedrich Hegel (1770- 1831) Filósofo Alemán







René Ostos ;)

Software Gratis

En innumerables ocasiones me ha sucedido que necesito un programa para realizar algún procedimiento (cambiar formatos, descomprimir archivos, emular, reproducir, etc, etc, etc), busco en la red alguno que podría ayudar a mi propósito, tardo varios minutos e incluso horas hasta que finalmente lo encuentro, y resulta que es de paga. Para alguien cuyos ingresos no son lo que se califica como buenos esto es una limitante.

Afortunadamente me topé con una página (en inglés, ni modo) en la que hay una gran cantidad de programas totalmente gratuitos, divididos en varias categorías, como son: intercambio de archivos, seguridad, videojuegos, audio/video, negocios, etc.

La página se llama SourceForge y pueden llegar a ella dando clic aquí. Estoy seguro que encontrarán algo de utilidad. =)
René Ostos ;)