"Filosófico es el preguntar, y poético el hallazgo". María Zambrano (1904 - 1991) Filósofa y ensayista española.
René Ostos ;)
"Filosófico es el preguntar, y poético el hallazgo".
"La palabra es mitad de quien la pronuncia, mitad de quien la escucha."
Giovannino y Serenella caminaban por las vías del tren. Abajo había un mar todo escamas azul oscuro azul claro; arriba un cielo apenas estriado de nubes blancas. Los rieles eran relucientes y quemaban. Por las vías se caminaba bien y se podía jugar de muchas maneras: mantener el equilibrio, él sobre un riel y ella sobre el otro, y avanzar tomados de la mano. 0 bien saltar de un durmiente a otro sin apoyar nunca el pie en las piedras. Giovannino y Serenella habían estado cazando cangrejos y ahora habían decidido explorar las vías, incluso dentro del túnel. Jugar con Serenella daba gusto porque no era como las otras niñas, que siempre tienen miedo y se echan a llorar por cualquier cosa. Cuando Giovannino decía: “Vamos allá”, Serenella lo seguía siempre sin discutir.
"¿A dónde huir? Tú llenas el mundo. No puedo huir más que en ti".
"Lo único que es un fin en sí mismo es el hombre, nunca puede ser utilizado como medio."
"El periodismo es libre o es una farsa."
"Lo obvio suele pasar desapercibido, precísamente por obvio"
"Es mejor ser odiado por lo que uno es, que amado por algo que no es realmente"
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"Nunca permitas que el sentido de la moral te impida hacer lo que está bien"
"Yo he preferido hablar de cosas imposibles porque de lo posible se sabe demasiado"
El hombre que desembarcó en Buenos Aires en 1871 se llamaba Johannes Dahlmann y era pastor de la Iglesia evangélica; en 1939, uno de sus nietos, Juan Dahlmann, era secretario de una biblioteca municipal en la calle Córdoba y se sentía hondamente argentino. Su abuelo materno había sido aquel Francisco Flores, del 2 de infantería de línea, que murió en la frontera de Buenos Aires, lanceado por indios de Catriel: en la discordia de sus dos linajes, Juan Dahlmann (tal vez a impulso de la sangre germánica) eligió el de ese antepasado romántico, o de muerte romántica. Un estuche con el daguerrotipo de un hombre inexpresivo y barbado, una vieja espada, la dicha y el coraje de ciertas músicas, el hábito de estrofas del Martín Fierro, los años, el desgano y la soledad, fomentaron ese criollismo algo voluntario, pero nunca ostentoso. A costa de algunas privaciones, Dahlmann había logrado salvar el casco de una estancia en el Sur, que fue de los Flores: una de las costumbres de su memoria era la imagen de los eucaliptos balsámicos y de la larga casa rosada que alguna vez fue carmesí. Las tareas y acaso la indolencia lo retenían en la ciudad. Verano tras verano se contentaba con la idea abstracta de posesión y con la certidumbre de que su casa estaba esperándolo, en un sitio preciso de la llanura. En los últimos días de febrero de 1939, algo le aconteció.
"Ten siempre presente la debilidad humana: es nuestra naturaleza caer y cometer errores."
"No es tolerante quien no tolera la intolerancia."
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"No se sale adelante celebrando éxitos sino superando fracasos."
La "Muerte Roja" había devastado el país durante largo tiempo. Jamás una peste había sido tan fatal y tan espantosa. La sangre era encarnación y su sello: el rojo y el horror de la sangre. Comenzaba con agudos dolores, un vértigo repentino, y luego los poros sangraban y sobrevenía la muerte. Las manchas escarlata en el cuerpo y la cara de la víctima eran el bando de la peste, que la aislaba de toda ayuda y de toda simpatía, y la invasión, progreso y fin de la enfermedad se cumplían en media hora.
"Todas las guerras son guerras entre ladrones demasiado cobardes para luchar, que inducen a los jóvenes varones de todo el mundo a hacer la lucha por ellos. "
"La soledad es muy hermosa... cuando se tiene alguien a quien decírselo."
Mira, Viejo, te hice el arroz con leche que tanto te gusta, con su canela y sus pasitas, y a los niños les hice flanes, de esos de cajita, pues ya ves, para los otros se necesita la olla express y como no hemos podido sacarla del Monte, pues no hay de tu tía. Los muchachos se pusieron recontentos, pues tomaron harta leche de la Alpura que ya ni recordaban a qué sabe, pues la de la Liconsa, no es que sea mala, pero como que tiene otro sabor; y luego una ni puede ir a la cola a las cinco de la mañana y los pobres se van a la escuela la más de las veces sin su lechita. Y la Alpura, bueno, pues sabe diferente, pero también cuesta remucho, lo del gasto no alcanza para comprar diario de esa, setenta pesos el litro, no más figúrate, se me irían trescientos cincuenta pesos diarios en eso, qué más quisiera, dos litros para los niños por la mañana porque como no tenemos refri ni modo de guardarla, no llega a la noche, aunque dicen que la Alpura aguanta hasta tres días sin refri, pero a mí ya se me ha echado a perder y mejor no. Y como la quieren subir otra vez está bien escasa, en la única parte donde la venden es en La Pilarica, que está no cerca, ahí empezando Nezayork, pero como le entregan poca, el dueño se aprovecha y si no llevas pan, Viejo, no te vende. ¡con lo caro que está! Cualquier bizcocho te vale tres a cinco pesos y bolillos, ¡esos nunca hay!, casi no hace pan blanco y apenas lo saca se acaba y como ya los niños y tú mismo, Viejo, tenían más de dos meses de no probar la leche, ni siquiera Liconsa, pues me hice la intención de comprar unos tres cartoncitos de la Alpura y apenas te fuiste a la fábrica yo también salí con el Andresito, ya vez que nunca salgo sola, sé que a ti no te gusta, y ay vamos los dos llegando como al cuarto para las siete a La Pilarica, acababa de descargar el camión de la Alpura y había una cola relarga para entrar a la panadería y comprar la leche, pero el dueño quería que todo mundo llevara pan, aunque no lo necesitara, que si con veinte de pan tenías derecho a un litro de leche, y con treinta a dos y si con cuarenta a tres y no vendía más de cuatro litros por cabeza ¡qué poca! Y todas las viejas mis compañeras estábamos hablando de lo abusivo del panadero y las más cercanas a la puerta le gritaban de cosas y, bueno que me salgo de la cola y con Andresito de la mano hago bola en la puerta a gritar ¡queremos leche no más!, entonces que el abusivo panadero cierra la puerta y nos dice que por escandalosos ni leche ni pan hasta que guardáramos orden y formáramos de vuelta la cola, éramos al rato como unas cien viejas y los del camión de la Alpura no más se reían de las cosas que le gritábamos al panadero, porque ahí estaban en el puesto que se pone en la parada del camión, almorzando su atole con tamales y risa y risa y eso me dio mucha muina, jodidos esos, de qué se tenían que reír si son iguales a nosotras, chofer y dos macheteros no son de la alta para burlarse, no son quién, y le digo a la Queta, la del ocho, que andaba junto conmigo, aprovechemos que las viejas están alborotadas para bajarles la leche a esos, que dejaron la puerta de atrás abierta y, entonces que comienzo a gritar ¡juntensé, juntensé! Y que me sigue la Queta, ya vez que es bien chaparrita, pero brava la endina, gritona como chachalaca en brama y luego me rodearon la Chela y la Güera que no son dejadas y me dijeron: estamos con usted doña Obdulia y al grito de: ¡leche para nuestros hijos, leche! nos juntábamos más y más y los del camión Alpura seguían riéndose de nosotras y se agarraban abajo haciéndonos señas groseras diciéndonos que ahí tenían leche de sobra y tons corrí al camión y detrás de mí se dejaron venir las viejas y la Güera se subió conmigo y comenzamos a jalar las cajas que como son de plástico, no pesan mucho y las orillábamos y fue cuando los de la Alpura quisieron meterse, pero ya el camión estaba rodeado, la Queta me cuidaba al Andresito y desinfló las llantas delanteras y los de la Alpura corrieron a La Pilarica para llamar por teléfono a la patrulla, pero el panadero no abría porque pensaba que también iríamos a quitarle su pan y no me lo vas a creer, Viejo, pero en menos que te lo estoy contando vaciamos el camión de la Alpura y a mí no me pasó nada porque todas las viejas de la cuadra me esperaron fajándose las enaguas, para que ni a mí ni a la Güera Angélica nos fueran a perjudicar los de la Alpura y ya en bola nos retiramos y yo me traje mis quince litrotes, que no más, porque pesas riarto y son estorbosos, y nos cooperamos las de aquí para comprar una barra de hielo y cada una marcamos nuestros cartones y los pusimos en unas tinas todas juntas para que nos duren cuando menos cuatro días. Ora me dicen aquí la Coronela.
—Tú que vas allá arriba, Ignacio, dime si no oyes alguna señal de algo o si ves alguna luz en alguna parte.