Marzo de 1975
Un pueblo en un pequeño Estado del oeste. Un centro para las numerosas granjas y establecimientos de cría de ganado que rodeaban a este pueblo con una población de menos de diez mil, con doce iglesias y dos restaurantes. El cine, aunque no ha dado ni una película en diez años, todavía sigue en pie, austero e inhospitalario en la calle principal. Una vez también hubo un hotel, pero ha sido cerrado, y hoy en día el único lugar donde puede alojarse un viajero es el motel Prairie. El motel es limpio y los cuartos bien calefaccionados; más no puede decirse. Un hombre llamado Jake Pepper vive en él desde hace casi cinco años. Tiene cincuenta ocho años, y es un viudo con cuatro hijos grandes. Es más bien bajo, de muy buena salud y parece tener quince años menos. Un rostro común pero agradable, ojos azules y una boca fina que se contorsiona en muecas que a veces son sonrisas, a veces no. El secreto de su aspecto juvenil no es su pulcritud o su delgadez, ni se debe tampoco a sus mejillas, sonrosadas como manzanas, ni a sus traviesas y misteriosas sonrisas, sino a su pelo, que lo hace tan joven: es de un rubio oscuro, lo lleva muy corto, y tan lleno de remolinos que no puede peinarlo; lo alisa y lo moja, simplemente.
Jake Pepper es un detective empleado por el Departamento de Investigaciones del Estado. Nos conocimos por un amigo mutuo, otro detective de un Estado diferente. En 1972 escribió una carta diciendo que estaba trabajando en un caso de asesinato, en algo que él pensaba que podía interesarme. Lo llamé por teléfono y hablamos durante tres horas. Yo estaba muy interesado en lo que tenía que decirme, pero se alarmó cuando sugerí que viajaría hasta allí para ver la situación personalmente. Dijo que podía ser prematuro y llegar a hacer peligrar su investigación, pero prometió mantenerme informado. Los tres años siguientes intercambiamos llamadas telefónicas de vez en cuando. El caso, que seguía líneas tan intrincadas como un laberinto de ratas, parecía haber llegado a un punto muerto. Finalmente le dije: "Déjeme que vaya a echar un vistazo".