Javier Sicilia
MÉXICO, DF., 3 de abril (Proceso)
El brutal asesinato de
mi hijo Juan Francisco, de Julio César Romero Jaime, de Luis Antonio
Romero Jaime y de Gabriel Anejo Escalera, se suma a los de tantos otros
muchachos y muchachas que han sido igualmente asesinados a lo largo y
ancho del país a causa no sólo de la guerra desatada por el gobierno de
Calderón contra el crimen organizado, sino del pudrimiento del corazón
que se ha apoderado de la mal llamada clase política y de la clase
criminal, que ha roto sus códigos de honor.
No quiero, en esta carta, hablarles de las virtudes de mi hijo, que
eran inmensas, ni de las de los otros muchachos que vi florecer a su
lado, estudiando, jugando, amando, creciendo, para servir, como tantos
otros muchachos, a este país que ustedes han desgarrado. Hablar de ello
no serviría más que para conmover lo que ya de por sí conmueve el
corazón de la ciudadanía hasta la indignación. No quiero tampoco hablar
del dolor de mi familia y de la familia de cada uno de los muchachos
destruidos. Para ese dolor no hay palabras –sólo la poesía puede
acercarse un poco a él, y ustedes no saben de poesía–. Lo que hoy quiero
decirles desde esas vidas mutiladas, desde ese dolor que carece de
nombre porque es fruto de lo que no pertenece a la naturaleza –la muerte
de un hijo es siempre antinatural y por ello carece de nombre:
entonces no se es huérfano ni viudo, se es simple y dolorosamente
nada–, desde esas vidas mutiladas, repito, desde ese sufrimiento, desde
la indignación que esas muertes han provocado, es simplemente que
estamos hasta la madre.
Estamos hasta la madre de ustedes, políticos –y cuando digo políticos
no me refiero a ninguno en particular, sino a una buena parte de
ustedes, incluyendo a quienes componen los partidos–, porque en sus
luchas por el poder han desgarrado el tejido de la nación, porque en
medio de esta guerra mal planteada, mal hecha, mal dirigida, de esta
guerra que ha puesto al país en estado de emergencia, han sido incapaces
–a causa de sus mezquindades, de sus pugnas, de su miserable grilla,
de su lucha por el poder– de crear los consensos que la nación necesita
para encontrar la unidad sin la cual este país no tendrá salida;
estamos hasta la madre, porque la corrupción de las instituciones
judiciales genera la complicidad con el crimen y la impunidad para
cometerlo; porque, en medio de esa corrupción que muestra el fracaso
del Estado, cada ciudadano de este país ha sido reducido a lo que el
filósofo Giorgio Agamben llamó, con palabra griega, zoe: la vida no
protegida, la vida de un animal, de un ser que puede ser violentado,
secuestrado, vejado y asesinado impunemente; estamos hasta la madre
porque sólo tienen imaginación para la violencia, para las armas, para
el insulto y, con ello, un profundo desprecio por la educación, la
cultura y las oportunidades de trabajo honrado y bueno, que es lo que
hace a las buenas naciones; estamos hasta la madre porque esa corta
imaginación está permitiendo que nuestros muchachos, nuestros hijos, no
sólo sean asesinados sino, después, criminalizados, vueltos falsamente
culpables para satisfacer el ánimo de esa imaginación; estamos hasta
la madre porque otra parte de nuestros muchachos, a causa de la
ausencia de un buen plan de gobierno, no tienen oportunidades para
educarse, para encontrar un trabajo digno y, arrojados a las
periferias, son posibles reclutas para el crimen organizado y la
violencia; estamos hasta la madre porque a causa de todo ello la
ciudadanía ha perdido confianza en sus gobernantes, en sus policías, en
su Ejército, y tiene miedo y dolor; estamos hasta la madre porque lo
único que les importa, además de un poder impotente que sólo sirve para
administrar la desgracia, es el dinero, el fomento de la competencia,
de su pinche “competitividad” y del consumo desmesurado, que son otros
nombres de la violencia.
De ustedes, criminales, estamos hasta la madre, de su violencia, de
su pérdida de honorabilidad, de su crueldad, de su sinsentido.
Antiguamente ustedes tenían códigos de honor. No eran tan crueles en
sus ajustes de cuentas y no tocaban ni a los ciudadanos ni a sus
familias. Ahora ya no distinguen. Su violencia ya no puede ser nombrada
porque ni siquiera, como el dolor y el sufrimiento que provocan, tiene
un nombre y un sentido. Han perdido incluso la dignidad para matar. Se
han vuelto cobardes como los miserables Sonderkommandos nazis que
asesinaban sin ningún sentido de lo humano a niños, muchachos,
muchachas, mujeres, hombres y ancianos, es decir, inocentes. Estamos
hasta la madre porque su violencia se ha vuelto infrahumana, no animal
–los animales no hacen lo que ustedes hacen–, sino subhumana, demoniaca,
imbécil. Estamos hasta la madre porque en su afán de poder y de
enriquecimiento humillan a nuestros hijos y los destrozan y producen
miedo y espanto.
Ustedes, “señores” políticos, y ustedes, “señores” criminales –lo
entrecomillo porque ese epíteto se otorga sólo a la gente honorable–,
están con sus omisiones, sus pleitos y sus actos envileciendo a la
nación. La muerte de mi hijo Juan Francisco ha levantado la solidaridad y
el grito de indignación –que mi familia y yo agradecemos desde el fondo
de nuestros corazones– de la ciudadanía y de los medios. Esa
indignación vuelve de nuevo a poner ante nuestros oídos esa acertadísima
frase que Martí dirigió a los gobernantes: “Si no pueden, renuncien”.
Al volverla a poner ante nuestros oídos –después de los miles de
cadáveres anónimos y no anónimos que llevamos a nuestras espaldas, es
decir, de tantos inocentes asesinados y envilecidos–, esa frase debe ir
acompañada de grandes movilizaciones ciudadanas que los obliguen, en
estos momentos de emergencia nacional, a unirse para crear una agenda
que unifique a la nación y cree un estado de gobernabilidad real. Las
redes ciudadanas de Morelos están convocando a una marcha nacional el
miércoles 6 de abril que saldrá a las 5:00 PM del monumento de la Paloma
de la Paz para llegar hasta el Palacio de Gobierno, exigiendo justicia y
paz. Si los ciudadanos no nos unimos a ella y la reproducimos
constantemente en todas las ciudades, en todos los municipios o
delegaciones del país, si no somos capaces de eso para obligarlos a
ustedes, “señores” políticos, a gobernar con justicia y dignidad, y a
ustedes, “señores” criminales, a retornar a sus códigos de honor y a
limitar su salvajismo, la espiral de violencia que han generando nos
llevará a un camino de horror sin retorno. Si ustedes, “señores”
políticos, no gobiernan bien y no toman en serio que vivimos un estado
de emergencia nacional que requiere su unidad, y ustedes, “señores”
criminales, no limitan sus acciones, terminarán por triunfar y tener el
poder, pero gobernarán o reinarán sobre un montón de osarios y de seres
amedrentados y destruidos en su alma. Un sueño que ninguno de nosotros
les envidia.
No hay vida, escribía Albert Camus, sin persuasión y sin paz, y la
historia del México de hoy sólo conoce la intimidación, el sufrimiento,
la desconfianza y el temor de que un día otro hijo o hija de alguna otra
familia sea envilecido y masacrado, sólo conoce que lo que ustedes nos
piden es que la muerte, como ya está sucediendo hoy, se convierta en un
asunto de estadística y de administración al que todos debemos
acostumbrarnos.
Porque no queremos eso, el próximo miércoles saldremos a la calle;
porque no queremos un muchacho más, un hijo nuestro, asesinado, las
redes ciudadanas de Morelos están convocando a una unidad nacional
ciudadana que debemos mantener viva para romper el miedo y el
aislamiento que la incapacidad de ustedes, “señores” políticos, y la
crueldad de ustedes, “señores” criminales, nos quieren meter en el
cuerpo y en el alma.
Recuerdo, en este sentido, unos versos de Bertolt Brecht cuando el
horror del nazismo, es decir, el horror de la instalación del crimen en
la vida cotidiana de una nación, se anunciaba: “Un día vinieron por los
negros y no dije nada; otro día vinieron por los judíos y no dije nada;
un día llegaron por mí (o por un hijo mío) y no tuve nada que decir”.
Hoy, después de tantos crímenes soportados, cuando el cuerpo destrozado
de mi hijo y de sus amigos ha hecho movilizarse de nuevo a la ciudadanía
y a los medios, debemos hablar con nuestros cuerpos, con nuestro
caminar, con nuestro grito de indignación para que los versos de Brecht
no se hagan una realidad en nuestro país.
Además opino que hay que devolverle la dignidad a esta nación.
Esta carta se publica en la edición 1976 de la revista Proceso, ya en circulación.
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