viernes, 17 de septiembre de 2010

Epístola a los pisones (Arts poetica) - Horacio (Traducción de Dolores Gortázar)


I

Si por capricho infeliz (1)
un pintor da en la rareza
de unir a humana cabeza
de un caballo la cerviz,
miembros de todas juntara
las especies de animales
y con plumas desiguales
de aves mil las adornara,
o bien el lienzo ostentase
arriba mujer hermosa
que en disforme y monstruosa
cola de pez rematase,
¿podríais a duras penas
la risa, amigos, contener
si alguien os invita a ver
tan estupendas figuras?
Creedme, nobles Pisones,
a este cuadro semejante
fuera aquel libro elegante
en que su autor invenciones
hacinase vanidosas,
sueños de enferma cabeza,
y forjase informe pieza
con porciones caprichosas
sin enlace en sus extremos.
Que a poetas y pintores
dispensa Apolo favores
de audacia ya lo sabemos,
y esa licencia pedimos
y mutuamente la damos,
pero sí la limitamos
a lo justo que exigimos.
Que absurdo es mezclar los mansos
animales con los fieros;
con los tigres, los corderos;
con las serpientes, los gansos.


II

Algunas veces se hilvana (2)
en grave asunto ofreciendo
grandes cosas un remiendo
de brillantísima grana,
como cuando se describe
de Diana el bosque y altar, (3)
o arroyo que a fecundar
corre al valle que recibe
sus claras aguas, o el Rin
o el Iris; mas si no son
del caso, ¿por qué mención
hacer de ellas?, ¿a qué fin?
Sabrás pintar un ciprés, (4)
¿y qué, si se te ha encargado
por quien su dinero ha dado
que le pintes un bauprés
hecho pedazos, perdida
su embarcación fluctuando,
y él con las olas luchando
sin esperanzas de vida?
Te propones fabricar
un ánfora y con el pie
mueves la rueda. ¿Por qué
salió un puchero al azar?
En fin, si de asunto alguno
tratar quieres, ten presente
que sea solamente
sencillo el asunto y uno.

III

¡Ilustre padre, hijos dignos (5)
de tal padre! Busca el arte
perfecto la mayor parte
de los poetas. Benignos
de todos tened clemencia,
que, si ser breve procuro
resulta que soy oscuro,
nos engaña la apariencia.
Hay quien el estilo terso
y limado escoge; frío
como el hielo, de alma y brío
desnudo saca su verso;
si lo magnífico emprende,
dar suele en estilo hinchado.
Otro quiere demasiado
seguro marchar y atiende
sólo a su seguridad
apeteciendo el esmero;
se parece al marinero
que teme la tempestad
y en la costa se guarece
navegando con recelo,
va arrastrando por el suelo
y al fin encalla y perece.
El poeta que un sencillo
asunto pretenda ansioso
trocar en maravilloso
y de sorprendente brillo
es el pintor baladí
que pone con loca vena
en el bosque una ballena,
y en el mar, un jabalí.
Si en el poeta no hay tino
querrá en vano ser perfecto
porque, huyendo de un defecto,
encontrará un desatino.

IV

Será tal vez excelente
aquel escultor que arrima
su obrador junto a la Esgrima
de Emilio; sobresaliente (6)
en sacar con perfección
al vivo del bronce grave,
uñas y pelo süave
de una estatua en construcción;
pero será desgraciado
de la obra en el conjunto
porque, al formar el trasunto,
del todo no habrá acertado.
A tal artista, en verdad,
parecerme no quisiera
si a componer me pusiera.
Como si la fealdad
de mi nariz diera enojos
y creyérame asaz bello
por ser negro mi cabello (7)
y por ser negros mis ojos.

V

Materia los que escribís (8)
proporcionada tomad
a vuestra fuerza y pesad
la carga que recibís.
Al que a su capacidad
se limite y a su ciencia
no le faltará elocuencia
ni en el orden claridad.

VI

O me engaña la ilusión (9)
o están la belleza y gracia
de este orden en la eficacia
de aprovechar la ocasión
oportuna para expresar
la idea en dado momento
y aplazar el pensamiento
adecuado a otro lugar,
y también en escoger
de la multitud que asalta
de ideas la que hace falta,
y la que no, repeler.

VII

En ordenar las palabras (10)
también previsor serás,
con elegancia hablarás
si con artificio labras
una dicción bella y culta,
y si vocablos comunes
y muy conocidos unes
y una voz nueva resulta.
Si ideas desconocidas
es menester expresar,
será lícito inventar
algunas frases no oídas.
Por Cetegos de la usanza (11)
antigua, tal concesión
se te otorga a condición
que la tomes con templanza.
Quedarán acreditadas
estas palabras que en juego
pusieres si son del griego
sin violencia derivadas.
¿Por qué algún romano incauto
a Virgilio ha de negar,
y a Vario, lo que otorgar
le plugo a Cecilio y Plauto? (12)
Porque envidiosos tal vez
me tilden de que enriquezco
mi lengua, ¿ya no merezco
por ello gloria ni prez?
Cuando Ennio, cuando Catón, (13)
con vocablos que inventaron
el patrio idioma aumentaron,
¿no se aplaude su invención?
Alguna voz congrüente
es lícito introducir,
mas sellada ha de venir
al timbre de uso corriente.
Al declinar del otoño
las hojas del árbol huyen,
pero otras sustituyen
en primavera al retoño.
Voces que fueron un día
con el tiempo así perecen
y otras modernas florecen
con vigor y lozanía.
Muerte nos hace pavesas
y, aunque den admiración,
del hombre mortales son
hasta más grandes empresas, (14)
ya sea que al mar obligo
a que inunde el arenal
para dar del Boreal
a las naves un abrigo,
digna obra de un soberano,
ya que en fecundo y ameno
jardín convierto el terreno
estéril, de lago insano,
o el que antes al movimiento
servía de inútil urca,
ahora el arado surca
y a ciudades da alimento.
O del Tíber, los enfados
sujetando en sus crecientes,
doy salida a los torrentes
que destruyen los sembrados.
Pues si las obras humanas
más firmes perecerán,
¿cuán durables serán
las palabras más galanas?
Muchas frases que algún día
dejó el uso renovadas
se verán, y desterradas
las que hoy gozan de valía,
que apetece este homenaje
al tiempo, juez competente
que es árbitro omnipotente
y la norma del lenguaje. (15)

VIII

Homero enseñó las leyes (16)
del ritmo y de la cadencia,
y a escribir con elocuencia
las hazañas de los reyes,
de los caudillos famosos,
y las guerras tan funestas
en versos fueron expuestas
desiguales, cadenciosos (17)
al principio, las acciones,
quejumbrosos los lamentos
tristes que expresan acentos
de duelo en los corazones.
Metro igual posteriormente
se empleó en las expansiones
de alegría, en las funciones
de placer que el alma siente.
Sobre quién pudo inventar
las famosas elegías
hay cuestiones y porfías,
y el pleito está por fallar.
En el satírico tono
que yámbico llama el griego,
Arquíloco prendió el fuego (18)
de su coraje y encono.
Este tono fue adoptado
en las vulgares comedias,
y en magníficas tragedias,
por ser más acomodado
para el diálogo, y hacer
que pronto llegue a calmar
el bullicio popular,
muy apto para poner
en escena el movimiento
de las pasiones humanas.
Una de las nueve hermanas,
Calíope, mostró el invento
del verso lírico. Afluentes (19)
son su asunto, laudatorias
a los dioses y las glorias
de los héroes descendientes
de la deidad, la mañera
victoria de un gladiador,
y del corcel andador
los triunfos en la carrera,
de los mozos los cuidados
en sus amores, la orgía
en que reinan la alegría,
el vino y los desenfados.

IX

De cada especie de verso (20)
si no sé las propiedades
ni puedo las variedades
guardar de estilo diverso,
¿por qué la pasión me inquieta
y en qué razones me fundo
al querer que todo el mundo
me considere poeta?
¿Por qué la vergüenza me liga
e ignorante ser prefiero
a sujetarme al austero
estudio que me fatiga?
Un asunto propiamente
cómico nunca ha de ser
escrito en versos a fuer
de tragedia, ni consiente
su decencia, por ser este
caso trágico, narrar
en estilo familiar
la horrible cena de Tiestes. (21)
En sus límites se pare
cada cual composición,
guarde estilo en proporción
del asunto que tocare.
Algunas veces (no es fijo)
la comedia se adelanta,
el viejo Cremes levanta (22)
la voz y riñe a su hijo,
colérico tono emplea,
elevado y vigoroso,
otras veces doloroso,
bajo lenguaje desea
la tragedia cuando son
Télefo y Peleo echados (23)
de sus reinos y abismados
en pobreza, a compasión
mover si quieren sus quejas
desechan huecas, pomposas,
expresiones ampulosas,
y las palabras complejas.
No basta que los poemas
sean pulcros y elegantes,
pues han de ser deleitantes.
Buscad escogidos temas
que muevan el corazón
del auditorio, en creciente
el interés siempre aumente
hasta el final de la acción.
Muestre el hombre en su semblante
la risa con los que ríen,
sus pupilas se deslíen
si llora su semejante.
Si quieres que llore, creo
que tú debes llorar antes,
entonces esos crispantes
infortunios de Peleo
y de Télefo, que al vivo
representas, harán mella
en mi corazón con huella
que a mi dolor dé motivo.
Si llegas a ejecutar
sin sentimiento el papel,
me hará tu falso oropel
o reír o dormitar.
Palabras tristes convienen
a triste semblante, airadas
al enojado, sensatas
al grave y serio, convienen
al bufón las bocanadas.

X

Formó la naturaleza
aptos nuestros corazones
para recibir impresiones
de placer o de tristeza.
Ella nos da la alegría
y a la ira nos conduce,
nos aflige, nos produce
angustia y melancolía.
Todos estos movimientos
del alma la lengua explica,
intérprete que publica
fielmente los sentimientos,
si acciones acomodadas
no guarda el actor ni modos,
nobles y plebeyos todos
se reirán a carcajadas.
Interesa a la decencia (24)
que del zafio en el lenguaje
al del fino personaje
haya mucha diferencia,
y entre el hablar sosegado
del anciano, en su vigor,
y el del joven en la flor
de su edad, arrebatado.
Si es matrona distinguida
la que habla o su confidente,
si es mercader el dicente,
que pasa toda la vida
en continuada ambulancia,
o labrador que cultiva
su campo en paz con activa
labor y perseverancia.
Diferencias hay marcadas
entre el decir del crüel
colco, montaraz, y del (25)
asirio, de afeminadas
costumbres; del que nació
en Tebas en la ignorancia
al que en la culta arrogancia
de Argólida se educó.
Carácter y condición
de las personas si pintas,
¡oh escritor!, dales las tintas
de la común opinión,
que de ellas siga la historia;
si finges otras, que sea
correspondiente a la idea
del sujeto, no ilusoria
tu ficción. Si por ventura
pones de nuevo en escena
al famoso Aquiles, llena (26)
tu comisión con bravura;
hazle altivo, inexorable,
colérico, pronto, osado,
que diga que no se ha dictado
para él la ley y que el sable
da razón al atrevido,
y se alce con todo. Sea (27)
feroz y cruel Medea;
débil Ino; fementido
Ixión; Ío vague errante;
y a Orestes, siempre agitado
por las Furias, sea negado
que repose un solo instante.
Si a la escena traes pasajes
no tratados todavía
por otros, con valentía
crea nuevos personajes,
mas su carácter procura
que desde el principio al fin
se sostenga el mismo sin
rebaja ni añadidura.
Muy difícil es tratar
como de propia invención
asuntos que al vulgo son
familiares. Imitar
un pasaje de la Iliada (28)
llevando un drama a la escena,
lograrlo será buena
empresa, y más celebrada
que el arrojarse atrevido
por alcanzar vana gloria
a dar a luz una historia
que nadie ha visto ni oído.

XI

De un asunto ya trillado (29)
por otros puede apropiarle
un nuevo autor si en tratarle
en un círculo menguado,
franco a todos, no se fija,
ni es traductor material
de ese mismo original
cuyos conceptos prolija,
ni ya penetrar intenta
donde no pueda salir
sin las leyes infringir
del poema o sin afrenta.
No empezará como hacía
el Cíclico romancero (30)
de otros tiempos, que altanero
en el exordio decía:
«Cantaré las aventuras (31)
de Priamo y a célebre guerra».
¿Qué ofrecimientos encierra
tal promesa? ¿Qué armaduras
dignas de tanta arrogancia
cubrirán el esqueleto
de ese ponderado feto
que anuncia con tal jactancia?
¡De parto estarán los montes
y nacerá un ratoncillo!
¡Cuánto mejor, más sencillo,
sin que al cielo te remontes,
será que digas con juicio,
cual hace el que mucho inventa
y en sus obras nunca intenta
sacar las cosas de quicio!
«¡Oh musa! dime quién fue (32)
el héroe que vio costumbres
después de Troya.» Aquí lumbres
el autor, como se ve,
al público no le da,
y estar a oscuras parece,
humo tan sólo le ofrece
y poco a poco le va
con el humo entreteniendo;
al pronto la luz enciende,
le maravilla y sorprende,
prodigios entretejiendo,
cuando horribles en extremo
monstruos su pluma destila,
como Antifates, Escila, (33)
Caribdis y Polifemo.
Ni el comienzo del proceso
como algún poeta invierte
contando desde la muerte
de Meleagro, el regreso
de Diomedes, ni se enreda (34)
cual otro en la lid de Troya,
principiando su tramoya
por los dos huevos de Leda.
Sino que apresura el punto (35)
por llegar al fin que anhela
en su narración, y vuela
hacia el medio del asunto.
Cual otro en esta linde,
supone que sus oyentes
ya saben los precedentes
y de otros hechos prescinde
porque tal vez desconfía
de lucirse en su manejo.
Mezcla lo nuevo y lo viejo
con ingeniosa porfía,
lo que es verdadero sin
violencia a lo falso enlaza
y con arte en su obra traza
el principio, el medio y el fin.

XII

Oye, autor, lo que exigimos (36)
el público y yo de ti,
si deseas como así
con razón lo presumimos,
que aplauda el espectador
tus obras, que esté sentado
hasta que el telón bajado
palmadas pida el cantor. (37)
Con cuidado observarás
temperamentos y edades,
costumbres y cualidades,
y escrupuloso darás
a cada edad (desigual
con los años) conveniente
carácter, y especialmente
al genio de cada cual.
El niño que balbucea
alguna frase que ha oído,
y afirmar su pie ha podido
en el suelo, ya desea
jugar con sus iguales;
y cuanto ve se le antoja
y sin motivo se enoja,
o por causas bien triviales
a cada instante varía.
Libre del ayo se ve
el bullicioso joven que
es imberbe todavía;
cifra todo su placer
en caza, potros y perros,
subir a los altos cerros
y por los campos correr;
es blando como la cera
para el vicio, y huye lejos
de aquel que le da consejos
sabios, y con él se altera
del bien previsor tardío,
es pródigo del dinero,
antojadizo, altanero,
a impulso de su albedrío
veleidoso marcha ciego;
lo que ayer amó aborrece,
lo que no quiso apetece,
y veisle andar sin sosiego.
Múdase la inclinación
con el estudio y la edad,
y el hombre en virilidad
piensa en buscar posición,
riquezas, empleo, honores,
y amigos tener anhela,
precavido se desvela
por no incurrir en errores.
Mucho afán, muchos disgustos,
afligen a la vejez,
ya porque busca tal vez
riquezas y no sin sustos,
o porque, después de hallarlas,
el miserable avariento
las guarda y no tiene aliento
para ver de utilizarlas.
Y calcula con frialdad
y de todos desconfía,
dilata para otro día
de obrar la oportunidad
que espera más adelante.
Tímido y flojo en la acción,
se complace con la ilusión
de un porvenir más brillante.
Lleno de dificultades,
quejoso, de mal humor,
es perpetuo elogiador
de las pasadas edades.
Sus juveniles retozos
refiere frecuentemente,
es censor de lo presente
y martillo de los mozos.
Ventajas nos dan los años
a medida que crecemos
y, después que decaemos
en ellos, son más los daños.
En este espejo mirad
al repartir el papel,
dando a cada uno aquel
que corresponde a su edad.

XIII

Paso a la escena, ha venido (38)
el actor a ejecutar,
o sólo viene a contar
como lance sucedido.
No todo a las tablas puede
salir por no ser su centro;
hay algo que es justo dentro
de bastidores se quede
debido al espectador,
cuyos ojos no han de herir
hechos que pueda suplir
la narración del actor.
Medea despedazando
a sus hijos horroriza,
y los cabellos eriza
carnes humanas asando
ver al vengativo Atreo; (39)
Procne, ave; Cadmo, serpiente;
lo que así se represente
me repugna y no lo creo.

XIV

Cinco actos (ni pon ni quita)
haya tu drama en función.
Si quieres su ejecución
pida el pueblo se repita.

XV

Introducir harás mal
deidad alguna en escena,
esa licencia no suena
por no ser muy natural.
Mas se tolera si el caso
es tan arduo y paliagudo
que, sin cortar así el nudo,
no puedas salir del paso. (40)

XVI

Aunque bien permite el arte
muchos actores, es harto
que hablen tres y calle el cuarto,
o si habla sea en aparte.

XVII

Cante el coro cual si fuere (41)
un solo actor y no entone
entre actos lo que se opone
al drama que se estuviere
representando. En sus cantos
enseñe a favorecer
al probo, a fortalecer
el espíritu con santos
consejos de la amistad,
al colérico templanza,
al que teme la asechanza
del mal obrar, la bondad.
Alabe la temperancia
de mesa frugal, propicia
a la salud; la justicia
y de la ley la observancia.
El bien y la prosperidad
de la paz que deja abiertas
de las ciudades las puertas
con dulce tranquilidad.
Haga a los dioses discretos
votos que al mísero abonen
con fortuna y abandonen
a los soberbios e inquietos.

XVIII

La flauta con tanta pompa (42)
cual hoy no se usó en lo antiguo,
que fue de tamaño exiguo
y émula es hoy de la trompa,
y tiene cercos dorados
y con estrépito chilla.
Entonces corta, sencilla,
con pocos puntos marcados,
los coros acompañaba
y sus voces sostenía.
Con los sonidos suplía
la escasez que se notaba
del público. Pocas gentes
dentro del teatro y fuera,
y era cosa harto hacedera
contarse los concurrentes.
Luego que el pueblo extendió
su dominio por la tierra
con las conquistas y guerra
y victorias que alcanzó
engrandeció la ciudad.
Se dio a beber y a la holganza,
a las fiestas y a la danza
en completa libertad.
La música y poesía
tomaron mayor licencia,
¿y qué juicio y qué prudencia
en tal situación cabía
en rústicos ignorantes,
labriegos desocupados
de sus faenas, mezclados
con corteses y galantes
ciudadanos, confundidas
con la gente asaz grosera
de todo punto y manera
las personas distinguidas?
Así el flautista añadió
al arte antiguo y sencillo
los movimientos y el brillo
del lujo que desplegó,
y superfluos y costosos
adornos empezó a usar,
y en las tablas a arrastrar (43)
sus vestidos primorosos.
De la lira se aumentaron (44)
las cuerdas. Voces severas
y propias a las esferas
de hinchado estilo se alzaron.
Y el coro, cuya misión
antes era describir
lo útil y el porvenir
anunciar con previsión,
compararse pueden sólo
sus sentencias indigestas
a las oscuras respuestas
del oráculo de Apolo. (45)

XIX

El trágico que con brío (46)
en concurso literario
disputó con su contrario,
y ganó el macho cabrío,
introdujo en el proscenio
a los sátiros desnudos, (47)
que con mordaces y agudos
chistes y golpes de genio
excitan la hilaridad
sin causar detrimento
al fondo del argumento
que requiere seriedad.
Y lo nuevo fue preciso
introducir, ciertamente
se inventó lo sorprendente,
para atraer al remiso
espectador que retorna
del sacrificio bebido
y trastornando el sentido,
incapaz de ley ni forma.
Si es útil introducir
esos fisgones y mordaces
sátiros siempre locuaces,
también conveniente es ir
de lo serio a lo jocoso
con pulso, de tal manera
que dios, héroe o cualquiera (48)
otro ser majestuoso
que en la escena se presente
de grana vestido y oro,
prescindiendo del decoro,
no vaya a entrar de repente
en viles tiendas hablando
en chabacano lenguaje
que desdiga de su traje
y carácter o, evitando
estilo humilde y abyecto,
se remonte a las estrellas
con frases que entienden ellas,
cayendo en otro defecto.
Versos frívolos, chistosos,
rechaza la majestad
de la tragedia. Es verdad
que estará entre licenciosos
sátiros, pero modesta
y encogida como honrada
matrona que es obligada
a bailar en una fiesta.

XX

Autor de sátiras yo, (49)
no me agradara, ¡oh Pisones!,
echar mano de expresiones
desaliñadas y no
de palabras usaría
que expliquen las cosas claro,
aunque tampoco tan raro
en mis empeños sería
que no hiciera diferencia
entre el hablar mesurado
de un Dabo y el descocado (50)
de una Pitias sin decencia
que, con su cinismo, fue
al viejo Simón tentando
y del incauto burlando
la confianza y la fe
un talento le quitó;
o el de un Sileno, primero (51)
ayo, después compañero
del dios Baco, a quien crió.
Sacaría la ficción (52)
del satírico poema,
de algún conocido tema
de la más trivial acción,
la daría novedad
haciéndolo de manera
que creyéndose cualquiera
(al ver tal facilidad)
capaz, lo mismo que yo,
pusiere a la empresa mano
y al fin se afanase en vano,
por más que mucho sudó.
Tanta es la fuerza y primor
del ingenio cuando enlaza
bien los asuntos que traza
que aun vulgares dan honor.

XXI

Suele el poeta poner (53)
en boca del fauno agreste
tiernos versos, como si éste
fuera hombre culto. Ha de ser
cauto en esto y evitar
que los faunos se propasen
a decir cosas que abrasen
el pudor, y hagan bajar
la cabeza al hombre honrado.
La gentecilla soez,
que se regala con nuez
y con garbanzo tostado,
es la que aplaude y abona,
lo que disgusta a los buenos,
lo que jamás, y es lo menos,
merecerá una corona.

XXII

El yambo, rápido pie (54)
de dos sílabas compuesto,
breve toma el primer puesto,
largo el segundo; aunque dé
seis golpes, trímetro llama
al verso yámbico el uso,
que de trímetros dispuso
constase toda su trama.
Después cedió su porfía
a fin de dar al oído
más agradable sonido
y cadenciosa armonía;
a impulso de este deseo
toleró pudiese entrar
en el paterno solar
con yambos el espondeo.
Y, de sus derechos harto
cuidadoso, todo no dio,
porque el yambo reservó
los puestos segundo y cuarto.
Pero en los nobles de Accio (55)
y Ennio trimetros es rara
la vez en que se depara
a los yambos un espacio.

XXIII

En los dramas de importancia, (56)
si abundan los espondeos,
se hacen sus autores reos
de incuria, prisa o ignorancia.
No en todos para juzgar
hay cabal inteligencia,
para ver si con cadencia (57)
de esta licencia abusó
falto de cuidado y tino,
y el verso está en su lugar.
Algún poeta latino
en él estragos causó.
¿Acaso yo no divago
al dejar correr mi pluma
y aquello mismo que en suma
censuro en otros no hago?
¿De la indulgencia me alienta
por ventura la esperanza
que, aunque mi falta alcanza
todo el mundo, echo la cuenta
del generoso perdón
de que me juzgue benigno?
En verdad no seré digno
de realizar mi ilusión,
aunque evite la censura.
Ved, Pisones, noche y día,
del griego con calma fría
los modelos de cultura.
Si los versos aplaudieron
nuestros padres mucho a Plauto, (58)
y sus gracias, no con muy cauto
criterio ellos procedieron.
Por no decir neciamente
si vosotros, como yo,
lo que es chiste y lo que no
distinguimos claramente,
y sabemos el sonido
juzgar del verso y su gracia,
y por los dedos la eficacia
del número bien medido.
Tespis dicen que inventara (59)
la tragedia. A sus actores
cantantes, declamadores,
en ambulancia llevara
por los pueblos en carretas.
Esquilo posteriormente (60)
les dio el coturno imponente,
los disfrazó con caretas,
completó el traje talar,
dio su papel adecuado
a cada actor, un tablado
hizo para declamar.
De sus dramas mejoró
con el diálogo el estilo
y, después de muerto Esquilo,
la comedia sucedió; (61)
con aplausos recibida,
no tardó en degenerar
en licencia al penetrar
del ciudadano en la vida.
La ley cortó los progresos
de la audacia y calló el coro;
no atacaron ya al decoro
de personas y sucesos.
La senda griega dejaron
nuestros poetas, y todos
escribiendo en varios modo
honra mayor alcanzaron,
y cada cual a su turno
se dedicó a celebrar
asuntos del patrio hogar
propios del zueco y coturno.
Por armas y valentía
en el campo de victoria
no adquirieron mayor gloria
que alcanzó su poesía.
Fuera el Lacio poderoso
por su idioma si el autor,
solicito en su labor,
esmerado y cuidadoso,
todas las faltas limara
que hubiera en sus producciones.
Vosotros, ¡nobles Pisones!, (62)
de Numa sangre preclara,
condenad sin indulgencia
las obras que no ha pulido
y diez veces corregido
el bruñidor con paciencia.
Sólo dio al ingenio parte
Demócrito y de Helicón, (63)
a los de sana razón
no les admitió en el arte.
En tener uñas crecidas
hay hombres que se deleitan,
y la barba no se afeitan,
y andan solos y a escondidas,
esquivos, de trato huraño,
rechazan la compañía,
gozan en la porquería,
no usando jamás el baño.
Poëta se llama ufano
quien no pone a la tijera
de Licino su mollera, (64)
quien no curó anticirano. (65)
Purgándome (¡cosa rara!)
en primavera, ¿soy yo
necio en hacer versos no?
¿Entonces quién me igualara?
Mas a ese precio no quiero.
Seré piedra de afilar
que aguza y hace cortar,
no cortando ella, al acero.
Sin escribir obra alguna (66)
al poeta he de decir
de qué mina han de salir
los tesoros que reúna,
y lo que daña de cierto
enseñaré al escritor,
a donde lleva el error
y do conduce el acierto.

XXIV

Buen juicio, sabiduría, (67)
es el primer requisito
del autor de un gran escrito
que aspira a la nombradía.
De Sócrates en las cartas
hallarás copias de ideas;
cuando en ellas fuerte seas,
palabras te vendrán hartas.
Quien conoce los deberes
que hacia la patria nos ligan,
los que al padre nos obligan,
al hermano y a los seres
que une el vinculo sagrado,
del deudo, de la amistad
y la dulce hospitalidad,
el que también ha estudiado
las altas obligaciones
del senador y del juez,
del general, a la vez
las importantes funciones,
éste sabrá ciertamente
dar a cada personaje
el carácter y lenguaje
que le es propio y conveniente.
Quien docto quiere imitar
naturaleza, no olvida
en las costumbres y vida
de los hombres estudiar.
Saldrá así su producción
exacta, clara y hermosa,
y dar podrá a cada cosa
la verdadera expresión.
Carecer suele una pieza
de arte, de gracia y vigor,
pero, si pinta con rigor
caracteres y endereza
las costumbres con sentencias
morales, al pueblo agrada
más que dicción esmerada
con armónicas cadencias.

XXV

Dio a los griegos el Parnaso (68)
mucho ingenio, perfección
en el hablar, y ambición
de gloria con don no escaso.
Cifra toda su virtud
en dividir la unidad
del as con toda igualdad (69)
la romana juventud.
«Si de onzas cinco, una bajo,
¿dime tú, el hijo de Albino, (70)
que resta? —Un tercio. —Bien vino
tu respuesta. Pon debajo
de las cinco una que añades.
¿Cuanto suma? —Media libra.—
Mozo eres de buena fibra,
¿gobernar tus heredades
puedes ya?» Mas si ambición,
y esta ansiedad y carcoma
de juntar peculio asoma,
llena el alma de infección,
¿esperaremos después
hacer versos esmerados, (71)
dignos de ser conservados
en armarios de ciprés?

XXVI

O enseñanza o deleite se prometen (72)
los que escriben en verso, o las dos cosas
a la vez, en las obras que acometen.
Sé breve en lo que enseñes. Provechosas
tus lecciones serán, que de este modo
percibirlas podrá luego la mente
y conservarlo la memoria todo
con más fidelidad y fácilmente,
y da al espíritu alimento sano.
El líquido que cae en vaso lleno
intentar contenerlo será vano,
rebosa por superfluo de su seno.
Caprichosas ficciones, cuando inventa (73)
ingeniosa la fábula, han de ser (74)
sucesos verosímiles, que sienta
el pueblo que han podido suceder.
No hará salir de la espantosa entraña
de las Lamias a un niño palpitante (75)
que vivo se tragaron. Fuera extraña
y absurda la invención, y repugnante.
Ideas que no dan utilidad
las desprecia el anciano, y altanero (76)
el joven, en su necia vanidad,
el estudio rechaza si es austero;
en cambio, los sufragios siempre gana (77)
quien docto con provecho útiles flores
enlazando sus versos engalana
y deleita instruyendo a los lectores.
Ved aquí el libro que, a los Sosias, puro (78)
lucro dará. Tal vez cruce los mares
el nombre de su autor. Mas no aseguro
que al libro no le manchen los lunares.
La crítica sañuda nunca muerda,
es preciso indulgente perdonar.
Si pulsamos la cítara, la cuerda
las notas siempre iguales no ha de dar,
aunque pidan armónico sonido
y dulzura la mano; y pensamiento,
cual dardo que es del arco despedido,
hiere una vez el blanco, mas no ciento.
La gloria algunas manchas no oscurecen
cuando una producción tiene bellezas;
nuestras obras humanas adolecen,
por perfectas que sean, de flaquezas.
¿Qué regla, pues, fijar? ¿Cuál se diría
de un copista de libros que, advertido,
reincidiera en sus faltas? No tendría
perdón; ni el tañedor que sin oído,
las cuerdas al pulsar de su instrumento,
la risa excita de la concurrencia.
Así el poeta que su pensamiento
no expresa con armónica prudencia.
Querilo nuevo para mí sería (79)
si acertara al azar, ¡y qué admirado
de su casualidad yo me reiría!
También en ocasiones siento enfado
siempre que veo lo que ver no quiero.
No poderlo evitar me causa enojos,
que suele dormitar el gran Homero,
si bien que el escritor cierre los ojos,
envuelto alguna vez en denso velo,
su falta en largas obras se perdone;
cansado de estudiar en su desvelo,
un instante a Morfeo se abandone.
Las obras de la dulce poesía
se parecen bastante a la pintura,
una ostenta su gracia en claro día,
sin que tema el rigor de la censura,
cual de ellas con escasa luz agrada,
alguna encantará por vez primera,
ésta más si de cerca es contemplada
y aquélla veces mil que se la viera.

XXVII

¡Oh Pisón, el mayor de tus hermanos!, (80)
tú en el buen gusto con lecciones sabias
que tu padre te dio bien instruido,
tú que a fuerza de estudio tienes claras
nociones de las ciencias, este aviso
retén en tu memoria. Hay tolerancia
con la mediocridad y justamente
en ciertas facultades. De la fama
de los talentos y elocuencia insigne
que enaltecen el nombre de Mesala, (81)
de las graves sentencias que en el foro
al docto Aulo Cascelio dan la palma, (82)
oradores habrá y jurisconsultos
que muy lejos estén, a gran distancia,
y el mundo sin embargo los estima.
Pero no sufrirán con fría calma
los dioses, ni los hombres, ni los postes, (83)
en los poetas producción mediana.
Así como una orquesta desacorde
en soberbio banquete desagrada,
y ofenden al sentido los perfumes
de muy subido olor, y las mezcladas
con la miel de Cerdeña adormideras, (84)
porque puede sin estas circunstancias
el placer de la mesa prolongarse,
de la misma manera la elevada,
majestuosa y grave poesía
que el ánimo recrea, si se aparta
poco que sea del supremo grado
de perfección sublime a que la llama
su nacimiento, al punto decayendo
a la tierra se abate, al lodo baja.
De los juegos marciales se desvía (85)
quien diestro no maneja todas armas;
quien no sabe jugar a la pelota,
al disco o bien al círculo se guarda
del juego, procurando no se ría
de su torpeza o necedad menguada
la bulliciosa turba de mirones.
¿Y hay quien, poco aprensivo, su ignorancia
no advierte y se pone a escribir versos
sin saber? ¿Por qué no? ¿Qué me hace falta
si ingenuo y libre soy, y en censo inscrito
con una cuota en suficiente escala
para ser caballero, y nadie ha visto (86)
defectos que poderme echar en cara?

XXVIII

Discreto eres, Pisón, tan entendido (87)
que nada escribirás, casi lo juro,
contra tu inclinación y buen sentido,
no obstante puedes verte en el apuro
de tener que escribir en poesía,
y entonces caminar debes seguro,
sometiendo tus obras a la fría
análisis, de crítica severa,
de Mecio, de tu padre y de la mía. (88)
Las podrás corregir mientras no hubiera
la lengua tus escritos publicado,
metidos en secreta papelera,
palabra que una vez se haya soltado
no puede recogerse. El gran Orfeo, (89)
poeta y fiel intérprete sagrado
de los dioses, logró con el gorjeo
de su canto y los ecos de su lira
separar a los hombres del deseo (90)
crüel del homicidio y la feroz ira,
del uso de asquerosos alimentos
y cruda sangre que el horror inspira;
porque así colocaba los cimientos
de la cultura y al salvaje adusto
civilizaba, se forjaron cuentos
de que su brazo con poder robusto
los tigres amansaba, y los leones
y esclavos los hacía de su gusto.
De Anfión igual se cuenta que, a los sones (91)
süaves de su cítara y su canto,
de Tebas levantó los torreones.
Los peñascos movía y, con espanto
de las gentes, montañas allanaba
llevándolas al valle por encanto.
De los vates antiguos descansaba (92)
la ciencia en el saber que distinguía
do el público interés se limitaba,
y a la privada utilidad cedía.
Lo sacro y lo profano separando
concúbitos fugaces impedía,
el consorcio legítimo amparando.
De este modo fundaban las ciudades,
sus leyes sabiamente promulgando,
transmitidas después a las edades
más remotas grabadas en madera;
y los vates, mirados cual deidades
benéficas, lo son de esta manera,
y crédito inmortal así adquirieron
sus versos que aún el público venera.
Tras la edad fabulosa, florecieron (93)
Homero, insigne, y Tirteo, gloriosos.
Los dos la poesía enriquecieron
cantando las hazañas de animosos
varones en sus versos celebrados,
respuestas de los oráculos famosos
en verso prodigaron, revelados
en verso al hombre fueron los secretos
por natura en su seno custodiados.
El favor de los reyes más inquietos (94 y 95)
los vates mayormente esclarecidos
lograron con sus cánticos discretos.
Y con versos, en fin, entretenidos
disfruta el hombre de placer honesto,
después de sus afanes concluidos.
Y no a tu dignidad juzgues opuesto,
que no padecerá ningún desdoro,
tomar entre las musas noble puesto,
que Apolo rige su luciente coro,
diestras manejan la sonante lira,
dan alivio al dolor, consuelo al lloro.
El poema que al mundo más admira,
¿es del ingenio natural efecto,
o del arte y estudio que le inspira?
Cuestión controvertida que el defecto
que tiene de encontradas opiniones
concíliase en acuerdo muy perfecto.
El arte nada puede si filones
no hay de imaginación, rica, fecunda;
y el ingenio es estéril si en nociones
exactas de las ciencias él no abunda.
Ayúdese el ingenio con el arte
y en el cultivo de los dos refunda
su gloria el escritor, y no se aparte
del estudio continuo que al Parnaso
guía, do Apolo su favor reparte.
El luchador de oficio que al acaso
no fía el resultado en la carrera,
desde la infancia se prepara al paso,
sujetándose a dura y muy severa
disciplina; sus miembros ejercita
con esfuerzos penosos y no altera
su régimen de vida; necesita
huir de los placeres y del vino.
Ni frío ni calor ni lluvia evita (96)
el flautista que tañe en el divino
cántico pitio; se ensayó primero,
eligió un preceptor que le previno
de su difícil arte el buen sendero.
Mas hoy basta decir: «Versos compongo.
¡Desdichado quien quédese el postrero! (97)
Vergonzoso me fuera si no pongo
los medios de evitar que en el olvido
me quede confesando (a tal me expongo)
que ignoro lo que nunca he aprendido».

XXIX

Aquel poeta que en hacienda y oro (98)
colocado a interés rico se ostenta,
que en los salones de su casa admite
de aduladores viles un enjambre
que sus versos alaben esperando
lucrar con sus aplausos, se parece
al buhonero que publica a gritos
las mercancías que a la venta saca.
Si espléndido convite perfumado
pudiese dar y garantir a un pobre,
mala cabeza de quien nadie fía,
o bien sacarle de enredosos pleitos
en que su terquedad le metió necio,
me causaría admiración no poca,
si con tanto poder tiene la dicha
de distinguir a su sincero amigo
del falso y lisonjero. Si un regalo
tuvieres intención de hacer a un hombre,
o ya lo hubieses hecho, evita mucho
de citarle a escuchar y a que censure
tus versos, porque lleno de alegría
al pronto exclamará: «¡Lindo! ¡Admirable!...».
Mudará de color, maravillado,
sus ojos verterán lágrimas tiernas,
brincará con sus pies hundiendo el suelo,
así como alquiladas plañideras (99)
afectan el dolor en funerales
con cantos y ademanes lastimosos
que no sienten los pechos afligidos.
Del mismo modo hará algún lisonjero
que se burla de ti, finge entusiasmo
y se conmueve más que quien alaba
sinceramente. Dicen que los reyes (100)
agobian al dichoso favorito
que brindan a su mesa con enormes
copas de vino si explorar desean
si es digno de obtener su confianza.
Si versos compusieres, no te engañe
astuto adulador con piel de zorra
disfrazado. Quintilio, cuando alguno (101)
sus versos recitaba, le decía:
«Esto corrige, y esto»; respondiendo
que era imposible, que intentado en vano
dos, tres veces y más lo hubiera, y nunca
mejor lo pudo hacer. El buen amigo
mandábale borrar los imperfectos
tachados versos y volver al yunque.
Si el hombre persistía en sus errores,
sin querer corregirlos le dejaba
que él solo sin rival a sí se amase
y a sus obras también. Un varón docto,
sincero, el verso lánguido censura,
el áspero condena y que mal suena
con negro lápiz raya, tacha y borra
el que observa sin gracia y sin aliño.
Cercena lo superfluo; a que se aclare
lo que es oscuro obliga, y hace cargo
de expresiones equívocas; advierte
lo que debe mudarse y al fin llega
a ser un Aristarco. Y él no dice, (102)
cual otros: «¿Por que yo por bagatelas
disgustaré a mi amigo?». Pues tales
pequeñeces, sin duda, perjudican
a ese tu amigo que a la burla expones
de los que sin piedad después lo juzgan.
De la misma manera que me aparto
de un hombre acometido de la lepra,
de la ictericia, fanatismo o rabia, (103)
así los cuerdos temerosos huyen
de un mal poeta y mozuelos sólo
del peligro inconscientes le rodean,
si el tal, de vanidad hinchado, errante
va de aquí para allá como el que mirlos
avizorando está, mientras vomita
sus enfáticos versos, y en profundo
y negro pozo cae; aun cuando grite:
«¡Socorro ciudadanos!», nadie vaya
a sacarle de allí. Si por ventura
alguien compadecido pretendiere
ayudarle a salir, yo le diría:
«¿Tú sabes si él aquí se echó de intento
y no quiere salvarse?». Aprovechando
la ocasión, ciertamente le contara
el trágico desastre de Empedocles, (104)
poeta siciliano. Pasar quiso
por un dios inmortal; de entre las gentes
despareciendo impávido arrojóse
del Etna ardiente en el profundo cráter.
Serán en cualquier hora los poetas
muy dueños de matarse,
conservarles la vida que rehúsan
equivale a matarlos. Ni por eso
cuerdos se harían, ni el deseo vivo
de conseguir los lauros de la fama
con tan célebre muerte dejarían.
No se sabe por qué componen versos,
tal vez en pena sea que el sepulcro
paterno con escarnio profanaron (105)
o de intención sacrílega su mano
arrancó impía la señal del sitio
donde un rayo cayó. Lo cierto es sólo (106)
que entregados se encuentran a las Furias
y, como el oso que romper las rejas
de su jaula ha podido, hacen que corra
espantada la gente. Así alejando
va a doctos e ignorantes el acerbo
poeta, insoportable, que pretende
sus versos recitar. Al que ha cogido
forzándole a escucharlos le asesina,
cual sanguijuela que en la piel se clava
y hasta henchirse de sangre no la suelta.

Notas de la traductora


(1) En este pasaje enseña el autor que debe guardarse uniformidad en todo poema o escrito desde el principio al fin de manera que todas sus partes tengan entre sí tal conveniencia y unión que formen un todo. Explica este precepto común a todas las artes que imitan la naturaleza con el símil del caprichoso pintor que se toma la libertad de fingir monstruos. Tanto el pintor como el poeta pueden dar libre rienda a su fantasía; pero esta libertad es como todas las libertades que se llaman naturales, que no da facultad ilimitada para hacer creaciones de la imaginación que repugnen a la naturaleza. En la homogeneidad, en la trabazón de sus partes armónicas y proporción, con exclusión de adornos inoportunos, es en lo que consiste el mérito de un poema y de otra obra cualquiera.
(2) Recomienda Horacio que se eviten descripciones inoportunas, que no son sino divagaciones. El poema debe ser sencillo y uno porque todo compuesto artificial, a sí como el natural, ha de constar de las unidades de naturaleza, objeto, proporción y fin. Las digresiones, cuando no vienen al caso, lejos de ser adornos que hermosean las obras, son lunares que las afean.
(3) Diana, diosa del paganismo, lo era de la caza. Hija de Júpiter y de Latona, y hermana de Apolo. Se la representa en traje ligero, una media luna en la cabeza, la aljaba a la espalda y el arco en la mano. Había un bosque con un lago y en aquél un altar consagrado a esta deidad en Aricia, lugarcillo no muy distante de Roma, cerca de la vía Apia.
   El Rin era famoso en tiempo de Horacio por las victorias que César Augusto alcanzó en sus márgenes contra los bárbaros.
(4) El ciprés se tenía entre los antiguos por un árbol funesto que sólo se usaba en los funerales. Los que habían padecido un naufragio hacían pintar su desgracia en una tabla que consagraban al dios a quien creían deber su salvación, o la llevaban colgada al cuello para sacar limosna y provocar la compasión pública.
(5) Escoger el justo medio entre los extremos, no fiarse de apariencias, obrar con acierto dentro de los limites precisos de lo recto, observar la brevedad, elegancia, majestad, fuego y variedad, sin ser oscuro, hinchado ni extravagante, es lo que constituye el arte del hombre y lo que inculca el autor en este pasaje.
(6) «Junto a la Esgrima de Emilio». El maestro de esgrima Emilio Lentulo enseñaba a los gladiadores en su escuela. Después puso Polícletes unos baños públicos en el sitio que ocupaba aquel establecimiento.
(7) «Y por ser negros mis ojos». Entre los romanos sólo eran recomendables por su hermosura los ojos y cabello negros.
(8) Este precepto es el que deben tener presente con mayor cuidado todos los escritores. Este párrafo contiene una metáfora tomada de lo que acostumbran hacer los mozos de carga, que antes de tomarla al hombro, la tantean y miran si el peso corresponde a sus fuerzas.
(9) «O me engaña la ilusión». Se trata del método y orden que debe guardarse al elegir y disponer todas las partes del poema o composición poética. Aconseja el autor no se guarde en esta clase de producciones el orden cronológico de los tiempos, como hacen los historiadores, sino el de la naturaleza. Esto es bastante difícil, pero se hace perceptible observando el orden poético que guarda Virgilio en su Eneida. No dice desde luego quien es Eneas, lo que ha hecho, de dónde viene y qué pretende. En el instante de su partida de Sicilia hacia Italia, se levanta una tempestad que lo arroja desde las costas de África a Cartago. El poeta se aprovecha de esta ocasión y hace que el mismo Eneas, con el pretexto de distraer a Dido, reina de Cartago, refiera todo lo que pasó antes de su partida de Sicilia.
(10) «En ordenar las palabras». Mucho cuidado con la elocución. Con prudencia y tino se han de formar las palabras nuevas, que en tanto quedan acreditadas en cuanto las acepte el uso, árbitro del lenguaje. El sello que deben tener las palabras nuevas para su legítima introducción es la analogía y la semejanza con otras voces usadas, el consentimiento de los doctos, las costumbres del pueblo y uso corriente. De paso el autor comete una digresión, elogiando las magníficas obras del Imperio de Augusto. Sin duda por lisonjear al príncipe, incurre en el defecto que censuró en el párrafo que encierra «Algunas veces se hilvana»; porque para decir que las palabras usuales perecerán con el tiempo como perecen los más grandes monumentos y empresas de los hombres, porque todo lo que el hombre crea es pasajero y mortal, y que otras más grandes y magníficas obras las sustituirán, que la imaginación no acierta a concebirlas, para decir sencillamente que el hombre y sus obras son mortales, no se necesitan digresiones; pero no todas son inoportunas y, si se suprimen de una producción poética, se priva al escritor de un gran elemento de brillantez, de imaginación y gracia.
   Este pasaje de la Epístola de Horacio que está en los tres versos:

   In verbis etiam tenuis cautusque serendis
   dixeris egregie, notum si callida verbum
   reddiderit iunctura novum

ha dado mucho que pensar a los traductores al interpretar el pensamiento del autor por ser oscuro. El señor Mínguez traduce en prosa estos versos. «En unir unas palabras con otras, conviene también ser parco y muy mirado: habrás hablado muy bien y elegantemente si, de la diestra e ingeniosa unión de dos vocablos comunes y conocidos, te resultase una voz nueva.»

   El señor Martínez de la Rosa tradujo:

   Coordinar con acierto las palabras,
   arte pide y esmero y al estilo,
   lustre y gracia darás si las enlazas
   con tan astuta unión que como nuevas
   resplandezcan las voces más comunes.

   El señor Burgos:

   En usar voces nuevas cauto sea,
   pero se mirará como una gala
   que de palabras conocidas forme
   con tino y discreción nuevas palabras.

   Luego, no satisfecho de esta traducción, en una de las notas a su obra que publica en 1844, dice que también puede traducirse este pasaje por:

   Elegante será si cauto y diestro
   en la colocación de las palabras,
   por un hábil ensamble nuevas hace
   las que todas reputan ordinarias.

   Gómez Hermosilla, en su Arte de hablar en prosa y verso, traduce el dixeris egregie por:

   Hablarás bien si artificioso enlace
   nuevas hiciese las antiguas voces.

   Parece que la dificultad está en la significación de la voz serendis y el callida iunctura. Según una nota del señor Mínguez al precepto VII, de la voz serendis unos dicen que viene del verbo sero, serui, sertum, que significa juntar, atar unas cosas con otras, ¡rlas poniendo a continuación, y otros que viene de sero, seri, satum, que significa sembrar, ingerir, hacer, nacer, etc. «Ya venga del uno, ya del otro verbo —dice el padre Mínguez—, aquí trata Horacio de la invención y unión de unas voces con otras.» Esto puede suceder de tres modos: o por medio de dos palabras usadas formar una nueva, como velivolus, de velum y bolo; o sin unión inventándolas de nuevo, como hicieron los latinos con la voz gemina, no teniendo otra propia para significar la yema o botón que brota en las vides y árboles; o, finalmente, haciendo pasar a la lengua latina alguna voz griega, como periscelis, para significar la liga que ciñe la media en la pierna.
   Metastasio opina que la voz serendis viene del verbo sero, serui, sertum, que significa atar, y que callida iunctura significa la artificiosa colocación de las palabras enteras que adquieren novedad, fuerza y esplendor por el artificio con que están colocadas unas detrás de otras.
   Yo creo que en este pasaje no sólo habló Horacio de la invención de nuevas palabras, sobre lo que recomendó la mayor cautela y ser parco, sino también de la combinación artística de las ya usadas y conocidas, que las da novedad, resulta la dicción elegante, y, por lo tanto, que en mi traducción me aproximo al espíritu del autor y expreso con mayor claridad que aquellos señores traductores la idea en las dos redondillas que he escrito.

En ordenar las palabras .......... (In verbis serendis)
también previsor serás ........... (etiam tenuis)
con elegancia hablarás ........... (dixeris egregie)
si con artificio labras ...............
una dicción bella y culta ......... (si iunctura callida)
y si vocablos comunes ...........
y muy conocidos unes ............ (notum verbum)
y una voz nueva resulta .......... (reddiderit novum)

   Encerrada en la estrechez de dos redondillas, teniendo que buscar consonantes, ¿podría traducirse con menos palabras, frases y epítetos este pasaje oscurísimo de Horacio, en que los comentaristas disputan si quiere decir esto o lo otro, y unos traducen en un sentido y otros en otro diverso su intención?
(11) «Cetegos» se expresa aquí por los antiguos. M. Cornelio Cetego, que vivió en tiempo de la segunda guerra púnica, fue cónsul en 549.
(12) Virgilio, príncipe de los poetas épicos latinos, vivió en tiempo de Augusto. Escribió la Eneida. Vario, célebre poeta contemporáneo de Horacio y Virgilio, revisó la Eneida de éste por orden de Augusto.
   Cecilio Estacio era de la Insubria, hoy Milanesado; fue uno de los más célebres poetas cómicos de su tiempo y murió en 336, un año después que Ennio. Plauto fue también poeta cómico, natural de Sarsina en la Umbría.
(13) Ennio, el primer poeta latino que empleó los versos épicos y trató la epopeya entre los romanos. Catón el censor, célebre por su prudencia y rigidez de costumbres, fue el primero que usó, según dicen, la voz tempesticum.
(14) «Ya sea que al mar obligo». En el año 717 de la fundación de Roma, Agripa, por orden de Augusto, hizo que se comunicasen los lagos Averno y Lucrino, y construyó allí una dársena llamada Portus Julius en honor de aquel príncipe. También hizo desecar la laguna Pontina, en el Lacio, por medio de un canal de quince millas por donde desaguaba en el mar. El terreno desecado fue cultivado y mantenía a las ciudades vecinas, que eran Secia, Priverno y Terracina. También mandó Augusto encauzar el Tíber y construir diques para contener sus avenidas, que inundaban el Velabro y los campos.
(15) «Y la norma del lenguaje». Este uso que establece a su antojo las leyes y reglas del lenguaje sólo está entre aquellos que han sido bien educados y que siempre han vivido en lugares por donde corre el lenguaje más puro entre buenos escritores.
(16) Homero, príncipe de los poetas griegos que compuso dos poemas épicos, la Ilíada y la Odisea, escogió el verso hexámetro pitio.
   Los latinos entendían por número unas veces lo que se llama pie, otras lo que medida o ritmo, y lo que se llama cadencia o caída de la frase. En este pasaje enseña el autor en qué metro debe ser tratado cada argumento, y hace mención de cuatro géneros de versos: heroico, que inventó Homero; elegíaco, cuyo autor es incierto; yámbico, su invención se atribuye a Arquíloco; y lírico, que se dice inventado por Orfeo instruido por su madre Calíope, una de las nueve musas. Los pies del verso hexámetro o heroico son el espondeo y el dáctilo; pero no todo verso hexámetro es heroico porque, para serlo, además de ser sonoro y numeroso, debe contar acciones heroicas. Por esta razón los versos del texto latino de Horacio en esta su Arte Poética son hexámetros, pero no heroicos.
(17) «En versos fueron expuestas desiguales». Esto es, en hexámetros de seis pies y en pentámetros de cinco.
(18) Arquíloco, poeta griego, empleó con acierto el verso yambo en las sátiras que compuso contra sus enemigos, principalmente contra Licambes. Los griegos llamaban yambos lo que nosotros sátiras.
(19) Orfeo, primer poeta lírico: le imitaron Píndaro, Alceo, Safo, Anacreonte y después Horacio.
   Hay odas heroicas, como las de Píndaro, odas de los galanes y odas báquicas (libera vina referre).
(20) Aquí trata el autor del estilo de cada composición, decoro que debe guardarse en el lenguaje, y que con éste y con la acción deben moverse los afectos. Lo ilustra con varios ejemplos.
(21) Tiestes, hijo de Pélope, comió los miembros de su propio hijo en un convite que le dio su hermano Atreo. En este pasaje de Horacio se toma por cualquier asunto trágico.
(22) Cremes es un viejo que introduce Terencio en sus comedias. La comedia no debe subir jamás hasta el tono heroico. La tragedia tampoco descenderá al cómico. El estilo bajo y abatido de la desconsolada Fedra siempre es de una reina que gime.
(23) Télefo, hijo de Hércules y rey de Misia, y Peleo, padre de Aquiles, siendo ambos echados de sus reinos, se vieron en la necesidad de mendigar el socorro de los príncipes de la Grecia, y sirvieron de asunto a Eurípides para dos tragedias.
(24) Decoro en el carácter de los personajes del poema, en los que deben considerarse cuatro circunstancias: fortuna o estado, edad, profesión o género de vida, y país o nacimiento.
    En unos textos latinos se lee: Intererit multum divusne loquatar an heros. Y en otros se lee: Intererit multum davusne loquatur an heros. El señor Burgos escribe en el resto de su obra davus, y traduce: «Distinguir, pues, importa si el que habla es héroe o esclavo». El padre Mínguez escribe divus y traduce: «Debe haber gran diferencia entre el lenguaje de un dios y el de un héroe». Conocida como es la idea del autor, es indiferente que el texto diga divus o davus. Cuanto mas elevada sea la persona, es de suponer que ha de producirse con palabras y modales más finos y más delicados que una de baja esfera.
(25) La Asiria y la Cólquide eran dos grandes provincias de Asia.
   Tebas era la capital de la Boecia y Argos la de la Argólide en el Peloponeso.
   Los pueblos de la Cólquide eran montaraces y crueles. Los asirios, delicados y afeminados. Los tebanos, toscos e ignorantes; los de Argos, cultos y arrogantes.
(26) Aquiles, hijo de Peleo, famoso en la guerra de Troya, de quien se refieren aventuras.
(27) La fábula supone que Medea fue una hechicera que casó con Jasón, a quien ella siguió a la Grecia. Para detener a su padre, que la iba persiguiendo, sembró por el camino los miembros de su hermano Apsirto, dio veneno a su padre, a la hija de Jasón y mató a dos hijos que tuvo de éste y después se escapó por los aires sobre un carro tirado por dos dragones.
   Ino, hija de Cadmo y Hermíone, se imaginó que era leona y mató a sus dos hijos. Reconoció su yerro y llevada por su dolor se arrojó al mar. Fue asunto que trató Eurípides.
   Ixión, rey de Tesalia, en un convite mató a traición a su suegro, asunto que trataron Esquilo y Eurípides.
   Ío, trasformada en vaca, fue perseguida por Juno, que la envió un tábano que la hizo andar errante por diversos países, asunto tratado por Esquilo.
   Orestes, habiendo muerto a su madre por vengar la muerte de su padre Agamenón, quedó por largo tiempo agitado de las Furias.
(28) La Ilíada es el famoso poema que escribió el padre de los poetas, Homero. También escribió la Odisea, otro poema. De éstos y de la Tebaida es de donde todos pueden tomar asunto de tragedia. Así lo hizo don Francisco Martínez de la Rosa en su famoso Edipo.
(29) «Un asunto ya trillado por otros». En asuntos ya tratados por otros, al imitarles se ha de cuidar de no tomar el hilo de la fábula. Deben ponerse nuevos pensamientos y una locución enteramente distinta de la de aquéllos, procurando evitar frases hinchadas y arrogantes.
(30) «El Cíclico». Este nombre viene del griego xuclos, «círculo»; y significa o un poeta que sigue el orden metódico de una historia o fábula, o el que pone seguidamente en verso la vida de un héroe, como Nono en sus Dionisíacas; o bien sea uno de aquellos poetas que iban a las esquinas o corrillos a recitar sus versos; o finalmente un poeta que sacaba sus versos del libro Cíclico, o sea, Epicus cyclus, que contenía la serie de todas las fábulas hasta la vuelta de Ulises a su patria. Créese que el autor de este libro era Stasimo, quien lo es de la pequeña Ilíada, y sigue el orden de los tiempos desde el nacimiento de Príamo hasta su muerte.
(31) «Cantaré las aventuras...». Así empieza la pequeña Ilíada, a cuyo autor, que se cree Stasimo, critica Horacio.
(32) «Dime, oh musa, el héroe que...». Éste es el principio de la Odisea o de las aventuras de Ulises, cuya obra elogia Horacio, como todo lo que es de Homero.
(33) Antífates, rey de los lestrigones, pueblos crueles, que devoraron a muchos compañeros de Ulises.
   Escila y Caribdis, dos escollos; que la fábula fingía que eran dos monstruos terribles en el estrecho de Sicilia que se tragaban los navíos; que Escila había sido hija de Forco, convertida por Circe en un monstruo rodeado de perros; y que Caribdis era una mujer que, por haber hurtado los bueyes a Hércules, herida por un rayo, quedó convertida en monstruo que todo se lo tragaba.
   Polifemo, el que devoró en Sicilia seis compañeros de Ulises, y éste le sacó un ojo. Virgilio cuenta su historia en el libro III de la Eneida.
(34) «Diomedes». Este pasaje es una crítica a Antímaco, autor de un poema sobre la vuelta de Diomedes, tío del héroe.
   Leda, mujer de Tindáreo, rey de Laconia, puso dos huevos; de uno salieron Cástor y Clitemnestra; del otro, Pólux y Elena, que fue la causa de la guerra de Troya. El autor de la pequeña llíada comienza su poema por los dos huevos de Leda y le critica Horacio.
(35) En este pasaje alaba a Virgilio, que principia su Eneida desde el último de los siete años que Eneas anduvo recorriendo los mares.
(36) «Oye autor lo que exigimos». En este precepto aconseja que se dé a cada personaje el carácter que le corresponda según su edad y las costumbres de cada época, que es lo que se llama ponerse en carácter. Describe con este motivo las pasiones del hombre en su niñez, juventud, edad varonil y vejez.
(37) El cantor era una persona del coro que, concluida la representación de la pieza, decía al público: «Plaudite abite».
(38) Preceptúa el decoro que ha de guardarse en lo que es representable en el teatro. No obstante que la representación es más eficaz para mover los ánimos, no deben exponerse las cosas crueles, malas, imposibles y obscenas, bastando referirlas.
   La palabra escena en su origen significa un tablado cubierto de ramas de árboles sobre el que se colocaban los actores a representar, pero después significó el lugar de la acción y también las diferentes partes en que se divide un acto.
(39) Atreo, para vengarse de su hermano Tiestes, degolló los hijos que éste había tenido de Aérope y se los sirvió en un convite, atentado que, según los poetas, de horror y espanto hizo retroceder al Sol.
   Procne degolló a su hijo Itis y se lo dio de comer a su marido Tereo; después fue convertida en golondrina.
   Cadmo, fundador de Tebas, consumido por la vejez, fue convertido en serpiente en Enela, ciudad de Iliria.
(40) «No puedas salir del paso». Entonces se acostumbraba a hacer que apareciese alguna deidad en una máquina. En nuestras actuales costumbres sería ridículo un desenlace de esta especie en una pieza dramática. Sólo es tolerable en las comedias que llaman de magia.
(41) El coro de los antiguos tenía parte en la acción que se representaba. La primera persona del coro, llamada corifeo, hablaba en los actos por todos los otros.
(42) La flauta en lo antiguo era de hueso, o de canilla de algún animal, y también de boj, de saúco y aun de caña; tenía cuatro agujeros, y era de una pieza; pero después se hizo de muchas piezas unidas, remataba en labio como la trompeta, y la aumentaron los agujeros. «Guarnecida de oricalco», dice Horacio que se usaba en su tiempo la flauta. El oricalco era una mezcla de metales preciosos, que no conocemos ahora. En este pasaje se toma por cualquiera metal dorado.
(43) Pulpitum se llamaba el lugar elevado de la escena donde estaban los representantes.
(44) La lira era al principio de tres cuerdas; Orfeo le añadió una; después se la añadieron otras hasta diez.
(45) El oráculo de Apolo estaba en Delfos, ciudad de la Fócide donde había un templo dedicado a aquella deidad, famoso por sus oráculos aunque todas sus respuestas siempre fueron ambiguas.
(46) En este precepto explica el autor como se debe guardar decoro en las sátiras. Refiere su origen y la diferencia que hay entre la sátira y la tragedia, atribuyendo a aquélla la libertad licenciosa de las sentencias y a ésta la gravedad y pundonor. La poesía dramática, en sus principios, era un compuesto de trágico y cómico. Consistía la acción en la aventura de algún héroe y el coro que se componía de sátiros y decía jocosidades ingeniosas.
   Los trágicos de Grecia disputaban entre sí públicamente y aquel cuya obra merecía mejor aceptación lograba en premio un macho cabrío, víctima ordinaria de Baco. Otros dicen que este premio consistía en un pellejo de macho cabrío, lleno de vino. Prasinas, sucesor de Tespis, fue el primero que dio dramas satíricos.
(47) Como la representación se figuraba en las selvas, salía un coro compuesto de sátiros, esto es, los representantes que lo formaban se disfrazaban con caras barbas y pies de macho cabrío. En las comedias de figurón, el arlequín o gracioso, con su vestido de botarga, sus ademanes, estilo, chistes y hasta tono de voz, remeda en algún modo a los sátiros.
(48) Un héroe trágico, como Ulises, conserva en escena su gravedad, aunque tenga delante un sátiro desnudo que hace reír y divierte a la plebe. Ulises habla con seriedad y decencia, y el sátiro responde con bufonadas en El cíclope de Eurípides.
(49) «Autor de sátiras yo». En las sátiras debe guardarse el decoro debido a las personas y darse a cada cual el lenguaje que le corresponde. Aconseja se abstenga el poeta de las palabras que explican las cosas sencillamente sin rebozo alguno y, especialmente, de las obscenas. Según algunos, las sátiras dramáticas desenvueltas derivan su nombre de satyrus o sátiro; y las finas y delicadas de Horacio y Juvenal, de satural, azafate o plato lleno de toda especie de frutas escogidas.
(50) Dabo, Pitias y Simón son personajes cómicos de Terencio y otros.
(51) En las sátiras dramáticas el coro era gobernado por un sileno. A éste se le representaba como un viejo lleno de arrugas, calvo, chato, con barba larga y una gran taza colgada del cinto como de prevención para beber a cualquiera hora. Dicen que un sileno fue el que crió y educó al dios Baco.
(52) «Sacaría la ficción». En estos versos describe Horacio la difícil facilidad que engaña al que cree que puede hacer otro tanto como ve y, al ponerse a ejecutarlo, por mucho que se afana y suda, no puede conseguirlo.
(53) Que se eviten la demasiada urbanidad y la demasiada grosería en las expresiones de los sátiros introducidos en la escena.
   Los griegos llamaban sátiros a los faunos.
(54) Al tratar del verso yámbico, advierte el autor que se cuide de no colocar el espondeo en los pies pares. Define el pie yambo y dice por qué los yámbicos senarios se llaman trímetros. Después distingue dos géneros de versos yámbicos: el antiguo, que consta solo de versos yambos; y el nuevo, que admite al espondeo en los pies impares. Cita a los poetas que rara vez usaron el yambo puro en sus trímetros.
   El pie yambo consta de una sílaba breve y otra larga; opuesto al troqueo, que tiene una larga y otra breve.
   Verso trímetro se llama aquel que tiene tres medidas. Hexámetro el que tiene seis. El pie yambo no hace solamente una medida o metro como otros pies, sino que dos pies yambos se cuentan por una sola medida.
   Cuando el verso era de puros yambos, aunque tuviese seis pies, se hacía entrar a cada uno de ellos en una medida o compás, el uno para lo elevado y el otro para el golpeo armonioso. Por esta razón, unas veces se llamaban senarios y otras trímetros, según las medidas o compases que se guardaban con los dedos o los pies. Ejemplo con seis medidas:
   Beat-tus il-lequi-procul nego-tiis.
   Ídem con tres medidas:
   Beatus il-lequi-procul negotiis.
(55) Horacio censura a Accio y Ennio por haber puesto en sus versos demasiados espondeos.
(56) Indica que el descuido e ignorancia del arte han sido causa de haberse introducido el espondeo fuera de tiempo y sazón en el verso yámbico, sobre lo que se dice que se ha tenido demasiada condescendencia con los poetas latinos, pues no todos advierten el defecto. Aconseja que se guarden de semejante licencia, que no es digna de alabanza, y que se imite el cuidado de los griegos en este punto.
(57) O si los versos no tienen su medida propia y el número de tiempos que les señala la regla; porque un número y una medida convienen a unos poemas, y otros a otros. Para denotar la aceleración y la prisa son más del caso los dáctilos y, para la lentitud, los espondeos.
(58) Horacio no censura en este pasaje ni el lenguaje ni la invención cómica de Plauto, sino aquellas jocosidades que, por lo regular, degeneran en bufonadas sin gracia alguna y su versificación, en la que el número de espondeos y dáctilos que empleó echó a perder el movimiento y armonía del verso.
   Con los dedos denotaban los antiguos el tiempo o intervalo de los pies métricos y aquéllos eran los jueces del ritmo o medida. El oído juzgaba del sonido y modulación de los versos.
(59) Tespis floreció en tiempo de Solón; pero ya antes de él se encuentra algún principio de tragedia en que todo un coro cantaba las alabanzas de Baco. Mas, para dar tiempo a que el coro descansase y tomase aliento, añadió Tespis un actor que recitaba las aventuras de algún héroe.
   Esquilo, poeta también griego, reformó el teatro. Introdujo en la tragedia el diálogo, por lo que en lo sucesivo se reputó el coro como accesorio de la tragedia. Su estilo es magnífico, elevado, vehemente, y su expresión, terrible.
(60) Estas máscaras de teatro eran carátulas en que se pintaban unos rostros, según la edad, carácter y papel de la persona que representaba cada actor.
   El coturno era un borceguí con tacones altos, calzado propio de la tragedia.
(61) Hubo tres géneros de comedia: antigua, media y nueva. La antigua, como nacida de la sátira, no usaba de rebozo alguno, sino que llamaba a las personas por sus nombres propios y sacaba al teatro los defectos de todos, ya sujetos principales, ya magistrados. Sócrates fue representado por su propio nombre en Las nubes de Aristófanes.
   Viose de este género de comedia en tiempo de la guerra del Peloponeso. Lámaco, general de los atenienses, la reformó en el año 350 de la fundación de Roma, y de aquí provino la comedia nueva, en que los nombres eran fingidos, pero los asuntos reales y verdaderos. Una nueva ley lo prohibió y desde entonces nombres y acciones fueron fingidos. Tales son las comedias de Menandro, Plauto, Terencio y las nuestras.
(62) Los Pisones eran de la casa Calpurnia, que pretendía descender de Calpe, hijo de Numa Pompilio, segundo rey de Roma.
(63) Demócrito, filósofo de Abdera, que se divertía con las locuras de los hombres.
   El Helicón o el Parnaso es un monte de Beocia consagrado a las musas, en el cual estaban edificados la ciudad y templo de Delfos.
   En el soneto de Moratín «Las Musas» se compendian los nombres y oficios de cada una de las nueve hermanas.
(64) Licino era un famoso barbero de Roma que juntó gran caudal. Dicen que César lo hizo senador por el odio que tuvo aquél a Pompeyo.
(65) Se decía que el eléboro tiene virtud para curar la locura.
   Se le traía de Anticira, una isla del archipiélago. Comúnmente se ponen dos islas de este nombre; pero Horacio dice que, aunque hubiere tres, no bastaría todo el eléboro que produjesen a curar la locura de los poetas que va describiendo.
(66) «Al poeta he de decir». Horacio pone en este y demás versos de todo el párrafo una especie de preludio de los preceptos generales que va a exponer seguidamente, satirizando a aquellos escritores extravagantes en su vestido, trato y costumbres, que piensan que la verdadera erudición y doctrina consiste en distinguirse así de los demás, e interpreta las palabras de Demócrito en distinto sentido que éste quiso significar.
(67) El poeta necesita un gran caudal de ciencia, caudal que debe tomar de los libros y escritos de los filósofos y de los historiadores, y poseer extensos conocimientos en todos los ramos del saber humano. Debe tener gran discernimiento para distinguir lo verdadero, lo justo, lo bueno y bello, y estar dotado de un exquisito gusto.
(68) «Dio a los griegos el Parnaso». Alaba a los griegos por su afición a la poesía y vitupera a los romanos, que sólo ejercitaban a sus hijos en la aritmética, y dice que el que ha de ser ilustre poeta se ha de ejercitar desde niño en hacer versos.
   El Parnaso se toma en este pasaje por la reunión o colectividad de las musas. (Véase la nota 64.)
(69) El as romano valía una libra y se dividía en doce onzas. Semis era la mitad del as, o seis onzas. Triens la tercera parte, o cuatro onzas. Sextans la sexta parte, o dos onzas. Quadrans, tres onzas. Septunx, siete onzas. Bes o bessis, ocho onzas. Dodrans, nueve onzas. Destaux, diez onzas. Deunx, once onzas.
(70) Albino fue un célebre usurero de Roma.
(71) Para conservar los libros, los antiguos solían frotarlos con el jugo o aceite del cedro, y los encerraban en cajones de ciprés, porque estas dos maderas son incorruptibles que preservan de la polilla.
(72) Distribúyense las obras en tres clases, según el fin que se proponen. O instruyen, o agradan, o realizan uno y otro. Estas últimas son las mejores, las que inmortalizan el nombre de su autor. El que enseña debe ser breve y claro para que el que aprende perciba pronto y lo retenga fielmente en la memoria.
(73) En este pasaje enseña el autor que lo que refiera el poeta ha de ser verosímil, pues la inverosimilitud de un suceso ni instruye ni deleita ni interesa. Corrobora su precepto de dar preferencia a las obras que unen lo útil con lo agradable y compara la poesía con la pintura, pues una y otra imitan la naturaleza, y según ella forman sus imágenes. La poesía es una pintura que habla, la pintura una poesía muda.
(74) Se entiende aquí por fábula la acción que constituye el principal asunto del poema.
(75) Las Lamias, según creía el vulgo, eran fantasmas o duendes que, bajo la figura de mujeres, andaban de noche y chupaban la sangre de los niños o se los tragaban.
(76) «Los ancianos». Seniores llama el autor en este perído a los senadores por su edad y dignidad. Como cada tribu estaba dividida en centurias, se puede entender que alude a las de los ancianos.
   Los caballeros romanos estaban divididos en tres tribus, a saber: ramnenses, titienses y lúceres, llamados así por Rómulo, Tito Tacio, rey de los sabinos, y Lucurno, rey etrusco, ambos aliados de Rómulo.
(77) En los comicios o juntas para las elecciones, cada elector ponía un punto al fin del nombre del candidato en las tablas que había para este efecto.
(78) Los Sosias eran dos famosos libreros de Roma.
(79) Hubo en Roma dos poetas Querilos. El primero en el año 266 de Roma cantó la victoria de los atenienses contra Jerjes y recibió un escudo de oro por cada verso. El segundo es de quien habla Horacio.
(80) «Oh Pisón, el mayor de tus hermanos». El que no sobresalga en poesía renuncie voluntariamente al nombre de poeta. En todas las facultades es admisible la medianía; a un poeta no le es lícito ser mediano. Se queja el autor de los que, ignorando o despreciando las reglas del arte poético, se atreven a componer versos. Mucho de esto hay en el día, donde el abuso es extremado y mas se advierte con notorio perjuicio de la sociedad en la política. Todos se creen hombres de Estado y todos se meten a escritores y periodistas. No hay otro remedio que volver a los estudios clásicos e imprimir su gusto en el ánimo de la juventud, ya que desgraciadamente la presente generación está maleada.
(81) Mesala fue un gran orador político e hijo de otro orador célebre, Mesala Corvino.
(82) Aulo Cascelio fue un celebre jurisconsulto.
(83) «Los postes». Puede significar las columnas, que resonaban cuando los poetas recitaban sus versos y como que gemían cuando eran malos; o los postes donde los libreros ponían los carteles de anuncio. Los mismos poetas los fijaban anunciando al público el día, hora y lugar en que recitarían sus versos.
(84) La miel de Cerdeña es mala; con ella y con semilla de adormideras se hacía un plato de postre en las mesas vulgares.
(85) El Campo Martio era una llanura de Roma entre el Tíber y los montes Citorio, Quirinal y Capitolino, a cuyo sitio concurrían los jóvenes a ejercitarse en todo género de juegos gimnásticos y guerreros.
(86) Para ser caballero se necesitaba poseer un caudal por valor de cuatrocientos mil sestercios, que equivale a más de 320 mil reales vellón de nuestra moneda.
(87) Encarga el autor al mayor de los Pisones que, demasiado fiado en la bondad de su ingenio y talento, no publique antes de tiempo alguna obra si acaso la compusiese; sino que la retenga por largo tiempo, porque así podrá corregirla y porque no se puede recobrar la fama una vez perdida. Refiere cómo usaron de la poesía los filósofos y sabios antiguos; y, haciendo elogios del arte, demuestra que honra al sujeto que se dedica a ella.
(88) Mecio Tarpa, gran crítico, era uno de los principales jueces puestos para examinar las obras de elocuencia y poesía que se leían públicamente en la Biblioteca Palatina.
(89) Orfeo, hijo de Apolo y de Calíope, gran poeta y músico, es llamado intérprete de los dioses por haber compuesto himnos en su honra y enseñado a los hombres las ceremonias de la religión.
(90) Los hombres en estado salvaje se alimentaban de bellotas, de carne cruda y sangre que bebían.
(91) A Anfión se le supone hijo de Júpiter y de Antíope. Creíase que había edificado las murallas de Tebas al son de su lira.
(92) Los poetas enseñaron a los hombres la filosofía, la religión, la moral, la política y a vivir en sociedad.
(93) Después de la primera edad de Orfeo y Anfión, florecieron Homero y Tirteo. Este poeta griego vivió setecientos años aproximadamente antes que J. C. Era tuerto, contrahecho y pequeño de estatura; hallábase de maestro de escuela en Atenas. Los lacedemonios, que sostenían una guerra con los mesenios, por inspiración del oráculo de Apolo, con quien consultaron, pidieron un general a los atenienses. Éstos por burla les dieron a Tirteo. Puesto a la cabeza de los lacedemonios, compuso unos versos con los que animó de tal modo el entusiasmo de los soldados que alcanzaron una completa victoria contra sus enemigos los mesenios. Otros dicen que inventó una trompeta con cuyo sonido los aterró.
(94 y 95) Muchos de los grandes poetas lograron por sus versos el favor de reyes y emperadores; por eso aconseja Horacio a los Pisones que no se avergüencen de cultivar un arte que profesaron Apolo y las musas. Al tratar la cuestión de las causas eficientes de la poesía, naturaleza y arte, responde que deben estar unidos, pues nada vale el ingenio sin el arte ni éste sin aquél. Sin estudios preparatorios ninguno puede ser buen poeta, como sin ensayos y sin maestros nadie sería buen luchador ni buen músico.
(96) Los cánticos píticos o Carmina pythia eran himnos en loor de Apolo Pitio que se cantaban en las fiestas celebradas en su honor, instituidas para conmemorar la victoria de aquel dios contra la serpiente Pitón. Según otros, eran los cánticos que se entonaban en ciertas comedias, donde un flautista llamado pythales tocaba solo e imitaba el cántico pítico que el coro acababa de cantar a voces.
(97) «Mala sarna coja el último». Era proverbio de los muchachos para animar a correr al que se iba quedando atrás en la carrera.
(98) «Aquel poeta que en hacienda y oro». En este precepto aconseja el autor humildad a los poetas y escritores, porque lo que se dice de poetas es igualmente aplicable a todos los que escriben para deleitar y enseñar. Que busquen buenos censores para sus obras, que ni teman ni esperen. Amplifica sus ideas con símiles muy adecuados. Explica los deberes de un imparcial, sabio y prudente corrector: que quite lo inútil y superfluo; que añada lo que falta para dar claridad al concepto; que haga variación mejorando en algunas expresiones y conceptos; y que dé a los versos una colocación más suave y armoniosa. Es lo que enseña el autor que un desinteresado censor debe decir al que le presente su obra a la censura. Además vitupera a los que hacen versos sólo por hacerlos sin cuidarse de lo que pide su género, su asunto y el objeto que expresan, y concluye con una magnífica alegoría en que dibuja a un poeta que hace versos, los muestra a otros y no quiere ser criticado ni corregido.
   «Los censores prudentes (qui sapiunt) se guardan muy bien de poner mano en sus versos (tetigisse timent); sólo los necios y los que nos entienden los oyen y critican. Agitant pueri incautique sequuntur, pues si un poeta de esta especie cae en un error o absurdo (imputeum), por más que clame: amigos míos ayudadme con vuestros consejos (sucurrite), no le deis ya el menor aviso (non sit qui tollere curet). De intento ha querido cometer necedades (prudens se dejecit); nada le digan, dejadle que se pierda por su gusto (liceat perire poetis); no os leyó sus versos sino para que le alabaseis; si os pilló y os tiene asidos, no os dejaría hasta tanto que se haya hinchado de alabanzas». Así explica monseñor Batteux este pasaje.
(99) Las costumbres de las plañideras que los romanos llamaban praeficae todavía se observan en algunos lugares de Andalucía.
(100) Los reyes de Persia, según dicen o, por mejor decir, los tiranos suspicaces, son los que acostumbran a abusar de sus convidados haciendo que se embriaguen, porque el vino hace decir todo lo que se sabe.
(101) Quintilio Varo, natural de Cremona, gran poeta, amigo de Virgilio y Horacio. Cuando éste escribió su Epístola a los Pisones ya había muerto.
(102) Aristarco fue un gramático de Alejandría, discípulo de Aristófanes y maestro de los hijos de Ptolomeo Filometor, rey de Egipto. Según Cicerón y Eliano, su crítica era tan fina y segura que distinguía en Homero los versos espurios de los que eran genuinos de este poeta. De aquí provino dar el nombre de Aristarco a todo crítico juicioso, como el de Zoilo para calificar a un censor injusto y maldiciente.
(103) Los latinos llamaban a la ictericia morbus regius. Los fanáticos propiamente eran los sacerdotes de Belona, que al pronunciar sus oráculos hacían mil extremos, visajes y locuras. La voz de fanáticos viene de fanum, el templo. Llaman lunáticos a los que padecen alguna monomanía periódica, cuya enfermedad dicen que crece y mengua con la luna. La atribuían los antiguos a la cólera de Diana y por eso decían «Iracunda Diana».
(104) Cuentan que Empédocles, poeta de Agrigento en Sicilia y médico, se precipitó en las llamas del monte Etna para hacer creer que había sido arrebatado y colocado entre los dioses, pero que las llamas del volcán arrojaron después una de sus chinelas de bronce y se descubrió así la locura y temeridad del extravagante filósofo. Otros refieren distinta historia de este hombre, que también fue político y se mezcló en revoluciones en su país.
(105) Entre los antiguos no había cosa de mayor veneración que los sepulcros.
(106) Había la costumbre de poner una señal en el paraje en que caía un rayo o centella. La llamaban bidental.Purificaban los arúspices por el sacrificio de una oveja, llamada bidens, aquel sitio; y los que le profanaban o quitaban aquella señal, que consistía en estacas o piedras puestas alrededor, eran considerados como impíos.


René Ostos ;)

No hay comentarios:

Publicar un comentario